Sin desperdicio el número 300 del
Arena de
Excélsior (http://www.suplementoarena.com)
Felicidades a Miguel Barberena y a todo el equipo que participa en la confección del suplemento, que ha resistido, contra viento y marea, a los embates de la incertidumbre, y que se ha convertido en una de las publicaciones culturales más vivas y plurales que circulan en la actualidad.
Para muestra dos botones:
- Una entrevista al talentoso Edgar Omar Avilés.
- Una crónica de Eve Gil sobre el Encuentro de Escritoras en Guadalajara.
Generación de los 70 (V)
Edgar Omar Avilés: Otros mundos
Por José Luis Enciso
Pocos escritores jóvenes en México, nacidos en los la década 1970-1980, han destacado como Edgar Omar Avilés (Morelia, Michoacán, 1980), antes de publicar su primer libro. Él lo ha conseguido gracias a que ha mostrado una infrecuente habilidad -cuyo futuro se advierte en maestría- en la escritura del cuento. Así lo avala una decena de premios literarios que ha obtenido desde 1997. El más reciente ha sido internacional: el Premio Binacional México-Quebec de cuento.
Aunque no puede considerarse un escritor inédito porque sus cuentos han aparecido ya en los más importantes suplementos culturales de periódicos mexicanos, y también en la reciente edición de
Los mejores cuentos mexicanos edición 2004 (Joaquín Mortiz, 2004), todavía no ha visto su obra publicada en un volumen propio. Él sabe que es difícil encontrar editores dispuestos a publicar libros con dos agravantes: que sean de cuentos y de autores jóvenes. Aun con calidad, resulta complicado. A ello se debe su constante participación en concursos de cuento, así se ha dado a conocer.
?Soy un escritor joven -explica a Arena-, sin palancas, que escribe textos donde la fantasía prima- y la fantasía no suele ser vista con bueno ojos por la ?intelectualidad?. Creo que necesito algún empujón para dar a conocer mi obra y los concursos son una manera de hacerlo. Tengo algunos cuentos muy queridos, en los que también me he puesto por entero. Ésos, por dislocados, lo sé, nunca ganarán un concurso. Así son las cosas: que los cuentos que saquen algún reconocimiento ayuden a los que no lo sacarán. Pero un concurso, en sí, no hace mejor ni peor a un cuento.
Hay en tu obra una especial atención a los textos breves, en especial a las minificciones, ¿prefieres este subgénero a los otros?
Me parece interesante, pero tan interesante como lo puede ser cualquier otro género -aliento, mejor dicho- de la narrativa. Creo que me he topado con algunas historias que requieren de la brevedad para su eficacia.
¿Qué entiendes por eficacia?
Llevar al mejor fin posible, tanto en desarrollo como en conclusión, un cuento, una historia, una idea. A mi parecer, en el caso de los cuentos cortos con final ?sorpresa?, hay al menos dos ideas que al final chocan para crear el impacto ?sorpresivo?. Algunas veces una de esas ideas se sostiene en una idea simple, en un rasgo de ingenio, en una truculencia, en una paradoja o hasta una idea genial e incatalogable (no es mi caso). Muchas veces, si se extiende la idea o si se buscan nuevas vertientes metiendo más ideas, puede suceder que el lector se dé cuenta de lo que justamente el autor quiere ocultar o que las ideas nuevas metidas en el cuento resten fuerza a las principales. Cualquiera de lo anterior hará que el cuento termine siendo un monigote sin fuerza, fláccido. En otras palabras: el cuento (la historia que se relata) va pidiendo su tamaño, su ritmo, su aliento, para lograr eficacia; va exigiendo quitar cosas para que no ensombrezcan a las principales o pidiendo que se le pongan nuevas ideas o vertientes de apoyo, ya sea para enfatizar o para desminuir (ensombrecer) alguna de las ideas principales. Claro, hay talentos, y no faltará quien pueda hacer de la premisa de un cuento corto un excelente cuento largo o novela, pero, justamente por esto, pasará a convertirse en otra cosa muy distinta: una novela o un cuento largo.
¿Qué pretendes como escritor?
Contar historias y proponer mundos. Este mundo, ?el real?, no me gusta.
¿Qué autores lees y de quiénes te sientes más cercano?
Entenderé por cercano algo parecido a ?influenciado?: en México autores como Hugo Hiriart, Alberto Chimal, Emiliano González, Carlos Fuentes. Extranjeros: Kafka, Borges, Sartre, Phillip K. Dick, entre otros.
Eres conocido como cuentista, ¿piensas incursionar en la novela?
Sí, claro. He tenido un par de conatos de novelas, pero no han resultado. No veo por qué no (escriba novelas): hay un par de historias que tengo en la cabeza que requieren un aliento más largo, más que nada porque necesitan un desarrollo de personajes más intrincado.
¿Qué relaciones hay entre otras disciplinas-pintura, música- en tu obra?
No soy un conocedor, pero me inspiran pinturas de Remedios Varo, de Francisco Toledo, Magritte, Beksinsky, Jacek Yerka o Dalí. Cuando corrijo un texto tengo un método: busco una canción que me ayude a ponerme en el estado de ánimo que el cuento precisa y la repito una y otra vez cual disco rayado.
¿Entre tus contemporáneos (escritores nacidos en los setenta-ochenta), a quiénes conoces, de quiénes te gusta su trabajo?
Algunos de ellos son Alberto Chimal, Gerardo Sifuentes, BEF, Sergio Monreal, Guillermo Vega, Iván Cruz, Marcos García Caballero, Guillermo Ríos, Rod J. M., Arturo Morán.
¿Qué tendencias hallas en la literatura producida por gente de tu generación?
Creo que hay de todo, pero duele que predomine tanto el realismo descarnado, ese que versa sobre la sinrazón de la vida. En la mayoría de esos casos creo que hay renuencia, tal vez exceso de prudencia, a innovar, a hacer algo que el ?canon? no acepte como literatura. A su vez hay quienes descuidan mucho la forma en aras del fondo o viceversa.
¿Qué opinas de las publicaciones en internet?
Mi opinión es buena; internet arranca, aunque sea un poco, el monopolio de las grandes editoriales y de las limitaciones económicas. Lo malo es que, como cada quien publica lo que quiere sin mayor control de calidad, sólo un porcentaje muy reducido vale la pena.
¿Cómo ves el panorama editorial actual, específicamente en cuento?
Un poco triste. Como desde siempre, la gente no lee y si lo hace es una novela de superación personal o un best-seller. Las editoriales lo saben y como la mayoría funciona como una empresa, pues rechazan los cuentos... a menos que el autor tenga tanto renombre que por sí mismo pueda asegurar la venta de sus libros, independientemente de calidad y propuesta.
¿Qué papel juega la televisión, el cine, la internet, como fuentes de información para tu obra?
Mucho. De la televisión me marcaron, entre otras, series como Dimensión Desconocida o Los Pitufos. En el cine, películas como Leólo o Los Amos del Tiempo. De internet he bajado cuentos a los que de otra forma no tendría acceso, he leído ensayos y conocido a gente del medio literario. En otro orden de ideas: la velocidad, el predominio de las imágenes y el ritmo de los medios audiovisuales permean, para bien y para mal, en la mayoría de los escritores jóvenes.
¿Si tuvieras que redactar tus datos biográficos para la portada de alguno de tus libros, cómo lo harías?
Creo que es cursi: ?Edgar Omar Avilés, nacido en Morelia Michoacán en 1980, al cual, por no gustarle su mundo, prefiere buscar y crear otros.?
¿Qué opinas de los talleres literarios?
Aprendí mucho de uno coordinado por el escritor Alberto Chimal y del diplomado que cursé en la Escuela de Escritores de la Sogem. En un taller uno puede pulirse, atajarse camino, descubrir y corregir errores que de otra forma costarían el doble o triple de tiempo sanear. Sin embargo, creo que el verdadero taller literario es individual, es escribir y corregir tus textos, leer obras lo más diversas posible, conocer otras ramas del arte, frecuentar gente interesante, saber observar los detalles de la vida, etcétera.
¿Qué proyectos preparas actualmente?
Publicar un libro de cuentos que considero ya finalizado. Escribir más cuentos, retomar una obra de teatro para niños que dejé inconclusa y realizar un par de cortometrajes que tengo en mente.
¿Qué futuro ves en la literatura nacional?, ¿qué papel crees que jugará tu generación en ese escenario?
Las camarillas existen, los suplementos culturales son pocos, las editoriales trasnacionales se expanden voraces. En los autores nacidos en los años 70 y 80 hay muchos que están en esto de escribir porque en verdad aman la literatura, que escriben para expresar de forma contundente sus mundos, sus sentimientos y sus sueños. Eso es un gran aliciente.
Ahora, ¿qué papel jugará? No lo sé, tengo más deseos (?guajiros?) que conclusiones: espero que esta generación aprenda de las muchas virtudes, pero también de los errores de las pasadas; ojalá que crezca ya no tanto como grupos atomizados, sino como una generación que impulse las nuevas propuestas; que busque abrir espacios y crear nuevos; que intente hacer que la literatura y los libros en general ya no sean de una élite; que se aleje de verter críticas destructivas o complacientes; que no se deje llevar ciegamente por la línea que han impuesto los gurús de la literatura.
El blog de Edgar Omar Avilés puede consultarse en: http://rasabadu.blogspot.com/
En los anteriores entregas de esta serie quincenal : Gerardo Bloomerfield (IV), Julieta García González (III), Tryno Maldonado (II) y Heriberto Yépez (I).
Carta de Guadalajara
De cómo un encuentro de escritoras terminó en desencuentro con machos
por Eve Gil
El pasado VI Encuentro Internacional de Escritoras Inés Arredondo, efectuado entre el 23 y el 26 de septiembre, suscitó un par de insípidas notitas en los diarios de la ciudad sede, Guadalajara, y una que otra en los de circulación nacional. De hecho, el único que cubrió con seriedad e inteligencia dicho acontecimiento fue La Crónica de Hoy, a través de su editora de cultura, María Lourdes Pallais (que es, asimismo, una espléndida novelista aunque haya acudido en plan de reportera). Con tristeza constaté que nadie entendió el verdadero propósito de este encuentro: a la indiferencia manifiesta en un par de notitas de incómoda localización, perdidas en un maremagno de notas consideradas de mayor relevancia no obstante ser de índole local y no internacional -aunque uno de estos diarios, El informador, ?prestó? a unas edecanes que se apostaron en las mesas de análisis, con la intención, seguramente, de embellecer un ambiente de feas y frígidas académicas, de ?mujeres que saben latín, sin marido ni buen fin?, que, ¡oh ironía!, resultaron ser mucho más bellas y voluptuosas que dichas señoritas-, se suma la evidente ineptitud de los anónimos reseñistas para captar el mensaje principal de las magistrales conferencias de las maravillosas escritoras Ana María Navales y Alicia Steimberg (española y argentina respectivamente), ya no digamos las ponencias que iban mucho, pero mucho más allá de enaltecer la ?literatura femenina? por encima de la ?masculina?, como absurdamente destacaron algunos que confundieron una celebración del ingenio femenino con una asamblea de feministas rabiosas y castradoras. El lema del encuentro, que cada año tiene su sede en un país distinto (el próximo será en Galicia, España, la tierra de Rosalía de Castro), no insinúa en ningún momento que el tema a tratar sea la literatura femenina, por una razón muy sencilla: no existe tal literatura, por más que se hayan devanado los sesos para demostrarlo los detractores varones de este encuentro, ?tan desnudos de noticias?: la crítica de y para la obra escrita por mujeres, era el verdadero asunto a tratar. ?La literatura no tiene sexo -escribió Francisco Arvizu en su columna de El informador titulada ?La fosa y el péndulo?, suponiendo seguramente que descubría el hilo negro -. Primero, o es o no es (respecto a la mera redacción); segundo, hay únicamente buena o mala literatura.? Esta frase, que aparece como metida como con calzador entre notas sueltas relacionadas con la presentación de un libro, las declaraciones de un asesor del Centro Cultural Universitario y el derribo de árboles (esto último alarmante en verdad, pero nada que ver con el dilema genérico planteado por Arvizu), no hace mención al Encuentro de Escritoras, pero se publica justo cuando éste se está llevando a cabo, lo que nos hace sospechar que el titular de la citada columna repudia dicho encuentro. El que las escritoras y académicas se reúnan a hablar acerca de otras escritoras, por la simple y sencilla razón de que ningún crítico varón se ha molestado en abordar y estudiar la obra de las mismas (alguien tiene que hacerlo entonces, ¿no?, sobre todo si estas autoras se encuentran a la altura de los autores más laureados y son, no obstante, desconocidas), da pie a toda clase de suspicacias, malos entendidos y bromas de pésimo gusto.
El punto culminante de este evento lo marcaría la participación de los críticos varones. En lo personal, esperaba que éstos, como el resto de las ponentes (entre ellos mi esposo, maestro en letras mexicanas por la UNAM, que, de principio, supuse sería incluido en la mesa de los varones, cosa que no fue así aunque no tardaría en comprender por qué), analizara la obra de alguna escritora en particular, como hizo mi esposo; o que rindiera un enriquecedor punto de vista masculino acerca del quehacer literario de sus colegas mujeres, pero empecé a sospechar que la cosa iba por otro lado cuando un día antes de su participación en aquélla, la mesa más esperada, el escritor jalisciense Dante Medina (que por su extraño acento confundí con francés), que formaría parte de la misma, publicó en su columna ?Maneras de habitar el mundo?, también de El informador, los siguientes comentarios bajo el título (y dale) ?¿Existe la literatura femenina??:
?Ardua y sencilla pregunta. Ardua, si queremos entender lo esencial de lo-que-es-masculino y diferenciarlo de lo-que-es femenino. Sencilla, si nos parece de tan poca importancia que nos escabullimos respondiendo: ?es como es?, o ?es como todo?, o ?allá cada quien?(...) Pregunta:
¿Existe ?la literatura femenina?? Respuestas mexicanas. Respuesta 1: sí, pero no. Respuesta 2: puede que sí, aunque quién sabe. Respuesta 3: sea como sea, ni nos perjudica ni nos beneficia, sino todo lo contrario. Respuesta 4: eso depende de lo que cada quién entienda por ?literatura femenina?, ¿no es cierto? Respuesta 5: entonces, digo yo, pues, si es así, como quien dice ¿verdad?, que es como si dijéramos, a ver, primero nos vienen con que la ?literatura femenina? ¿y luego qué? No, chato, van a salirnos quesque con la ?literatura masculina?, y de ahí ya no paramos...?
Desconocía hasta ese día la existencia de Dante Medina, y me disculpo por mi ignorancia pues resultó ser uno de los escritores más becados y premiados de nuestro país; un genio, un tocado de los dioses, un descendiente de aquel cuyo nombre ostenta... un chingón, nos dijeron; ¡cuidado con él!, le advirtieron a mi despistado esposo, indigno de compartir el podio con aquél por estar más interesado en la investigación académica que en ser amigo de los señores que se reparten el queso; loado sea Dante, aunque su estilo cantinflesco me hizo albergar ciertas dudas: ya sabemos, de todos modos, cómo las gastan en el medio literario oficializado donde el talento es lo que menos importa. Al día siguiente de leer estos insólitos comentarios asistí a la mesa precedida por Medina y otros dos varones, al parecer académicos de la UAG, José Brú y Jorge Souza (también estaban programados Ildefonso Meza y Rogelio Guedea, y quienes, una de dos, o menospreciaron el tema, o rehusaron mofarse de las asistentes), en un auditorio que rebosaba de escritoras y estudiosas de la literatura.
El primero en hablar fue Medina, y lo que dijo, aunque pretendía sonar más dulce, más suave y todavía más ininteligible y capcioso que su comentario periodístico, fue, palabras más, palabras menos, que las únicas y genuinas escritoras de este mundo son las musas; que las escritoras, así como los escritores, obedecen al dictado de esas divinas tiranas, desnudas y de enhiestos pechos (un pelito le faltó para agregar: 90-60-90, con todo y el consabido ademán), por consiguiente, ?la literatura no tiene sexo?. A su discurso arjonesco, ya no cantinflesco, se sumó el del señor Brú que empezó diciendo que tenía cuatro hijas, ocho nietas, treinta tías y no sé cuántas mujeres más, con lo que pretendió, como se dice en el argot popular, ponerse el guarache antes de espinarse. Procedió a burlarse de esa nueva tendencia de incluir a las mujeres en el discurso (?ciudadanos y ciudadanas?, ?compañeros y compañeras?, etc.), con lo cual hubiera podido decir que estoy de acuerdo si no fuera porque eso no tiene absolutamente nada que ver con la literatura escrita por mujeres. Concluyó su intervención con una enternecedora revelación: ?he leído a Laura Esquivel y a Isabel Allende, y me encantan?. El tercer participante, Souza, algo más prudente, leyó una abalanza a dos personajes jalisciences, José María Vigil y el Padre Agustín Rivera, que abogaron por las mujeres con inclinaciones poéticas a finales del siglo XIX y llegó el primero de ellos a publicar una antología que nos hizo el infinito favor de titular 89 poetas de finales del siglo XIX, y no 89 poetisas, lo cual, de entrada, habla muy bien de él.
Fue el único que aportó, al menos, un dato valioso e interesante, del que los propios Medina y Brú debieron tomar nota. Todo es, a decir de estos dos señores, divino y encantador, un paraíso donde escritores y escritoras pueden deambular felices y desnudos, a sus anchas, alternando la jugosa manzana del éxito y las becas del Fonca. Los siglos de marginación que han dado origen a que las mujeres se dediquen a rescatar a otras que murieron sin haber recibido el reconocimiento merecido se esfumaron en ese instante, por obra y magia de Medina y Brú. Escritoras silenciadas, marginadas, humilladas y menospreciadas nunca han existido porque ellos así lo decretaron. Y mi palabra es la ley, diría el buen José Alfredo, que por lo menos no se molestaba en fingir que no era machín. Ergo: el Encuentro Internacional de Escritoras era una real idiotez y las mujeres ahí reunidas éramos unas histéricas que insistíamos en promover la obra de otras mujeres nada más por fastidiar a los hombres. Ya que ninguna de las damas presentes se atrevió a aclararles de qué se trataba la cosa y se contentaron con el cuento de las musas y las ochenta y nueve hermanas, tuve que alzar mi mano de mujer necia e impertinente, de uñas mordisqueadas y hambrientas de crema. Se me hizo entrega del micrófono y les hice la siguiente pregunta, realmente estúpida:
-¿Puede alguno de ustedes decirme cómo es que, si bien William Faulkner y Carson McCullers triunfaron al unísono y gozaron del beneplácito de la crítica de su tiempo, que los consideraba igualmente buenos, hoy todo el mundo conoce a Faulkner y ha olvidado a Carson?... ¿Por qué si se considera que los mejores autores que ha dado Austria son Thomas Bernhardt y Elfriede Jelinek, todos saben quién es Bernhardt e ignoran quién es Jelinek?...
¿Por qué en más de cien años de Premios Nobel, solamente nueve mujeres han ganado el de literatura?...
La respuesta nunca llegó, claro. La sigo esperando. Los caballeros se miraban entre sí, como preguntándose unos a otros quién era esa vieja greñuda (o sea, yo), de qué diablos estaba hablando, quiénes eran esas Calson y la tal Felinek?... y todo ese rollo del premio Nobel... ¿a quién le importa el Premio Nóbel si no se lo ganaron ni Borges, ni Kafka ni Cortázar ni Musil? Hombres, hombres, hombres... ¡díganme el nombre de una sola mujer que ustedes consideren que merezca o haya merecido el Nobel! Silencio. Siempre silencio...
- Lo siento mucho -dijo Dante Medina; un Dante que es exactamente lo contrario de aquel en cuyo honor lo bautizaron: el que amó a una mujer al grado de elevarla por encima del sol y las demás estrellas -reconócelo, ustedes, las mujeres, llegaron tarde a la literatura...
- Sor Juana fue lo que Shakespeare a la literatura inglesa, lo que Cervantes a la literatura española, lo que Dante (el auténtico, no usted) a la literatura italiana: la inauguradora de la literatura mexicana-le recordé.
- Pero Homero fue antes que Sor Juana -se jactó ese Dante que se negaba a mirarme a los ojos por considerarme un insectillo molesto.
- Pero Eukhadiana de Siria fue mucho, mucho antes que Homero... 22000 años antes de Cristo... antes que cualquier otro escritor en el mundo, ¿lo sabía?, escribía en tablas sumerias y su padre, que a Dios gracias no era machista como algunos que estoy viendo, mandó a construir una biblioteca para albergar todos los poemas que escribió su hija en honor a Innana, diosa de la escritura... mujer también.
Silencio. Bueno, no se discuta más, decretó el homónimo del poeta que más amo en el mundo, con una pedantería y una soberbia impensables en aquel que buscó a su amada en el cielo, aunque ello implicara cruzar el infierno. La poeta quebequense Françoise Roy movió negativamente la cabeza mientras manifestaba su total desacuerdo conmigo. Otra se levantó a tomar el micrófono para regañarme... como siempre ha sucedido: la peor enemiga de una mujer es otra, particularmente cuando la ligan intereses mezquinos al influyentísimo hombre que ha sido increpado y cuestionado. ¿Para qué reproducir lo que dijo esta mujer?, no es para ella para quien escribo mi columna, ni ninguno de mis libros futuros y presentes; es para mujeres y hombres con la sensibilidad y la inteligencia suficientes para entender que lo que hago no es marginar la literatura escrita por los hombres (creo que el lector ha descubierto ya mi muy especial devoción por la obra del florentino, que incluso es eje de mi próxima novela, narrada desde un punto de vista masculino), sino extraer del cofre de los tesoros esas maravillosas y poco conocidas (o completamente desconocidas) obras de autoría femenina para entregárselas; para sorprenderlos (y sorprenderlas, diría Brú) con el talento y el genio de tantas escritoras injustamente ignoradas y marginadas.
El resto de las participantes esperaron a que terminara el show para rodearme en el patio del Museo Regional y felicitarme. Debo reconocer que me entristecí porque hubiera preferido ser aplaudida adentro y no afuera, sin embargo entiendo perfectamente que el miedo de las mujeres hacia el avasallante poderío de los hombres (tenemos 2% de la riqueza mundial, dato que sustenta lo que pretendo explicar y seguramente se refleja en el reparto de las dádivas gubernamentales) todavía nos asusta por las noches.
Es cierto: no existe una literatura femenina. Nada más absurdo, y así lo manifesté en mi ponencia. Hay mujeres que escriben como hombres (juraría que soy una de ellas) y hombres que escriben como mujeres; y mujeres que escriben como tales y hombres que como tal escriben, y lo que verdaderamente importa es la calidad de su escritura. Nada más. Lo que nadie puede negar es que hombres como los antes citados no tienen el menor interés en leer a sus colegas mujeres; que las marginan, que ellos son los primeros en dividir un bando que se decreta único al no invitarlas a sus congresos ni mencionarlas en sus ensayos (a menos que sea para alabar su busto) ni reseñarlas ni tolerarlas ni mirarlas a los ojos ni escucharlas. Así, entonces, vuelvo a preguntar, ¿si no nos leemos y estudiamos entre nosotras... quién lo hará? ¿Dante Medina? ¿El señor que únicamente ha leído a Isabel Allende y Laura Esquivel, y por consiguiente cree que todas son iguales?
Huelga decir que ningún periódico prestó importancia a esa minucia.
Eve Gil, narradora y ensayista.
Escribe la columna La Trenza de Sor Juana, en Arena.
Correo-e: evelinamaria@poetic.com