lunes, noviembre 29, 2004

Vila-Matas en Bellas Artes



Ayer estuvo Enrique Vila-Matas en el Palacio de Bellas Artes. Yo llegué tarde, corriendo, porque el tipo del puesto de periódicos no sabía hacer cuentas y la tipa de la farmacia no sabía distinguir entre el rojo y el azul, y el metro se tardó eternidades. El último escalón de escalera de la salida del metro Bellas Artes es un poco más alto que los demás. Tropecé y casi me llevé de corbata el puestito de dulces de una viejita. Mis 120 kilos de rock cayeron sobre mi rodilla izquierda. Con todo, no me dolía nada, aunque la tenía muy caliente (la rodilla, se entiende). La sala Ponce estaba llena. Alcancé lugar a un costado. Me saludó el Oso Escamilla, que ya estaba hasta atrás (de la sala, se entiende). Estaba terminando de hablar Álvaro Enrigue (hermano de Jordi Soler) y le siguió el recién galadardonado Juan Villoro (ni les cito lo que leyó porque de seguro lo va a publicar en Letras Libres).

Y entonces habló Vila-Matas. Dijo que la gente suele decirle que es un tipo raro, pero en realidad las raras son las cosas que le pasan. Empezó a contar cómo surgió la novela que ahora está escribiendo, que trata de un escritor que desaparece en París y a nadie le importa, y él se dedica a buscar las conexiones más disparatadas en relación con la calle parisina donde está el hotel donde vive, que es la misma calle donde vivió sus últimos años André Gide. En mi mochila llevaba el Diario de Gide.

La gente seguía llegando y se apostaba enfrente de mí y no me dejaba ver a Vila-Matas, pero no importaba. Lo mejor era escucharlo. Entonces me di cuenta que el Oso estaba sentado junto a una escritora que fue becaria del FONCA en la misma generación que un cuate mío; una vez estuvimos en casa de él y ella sentada a mi lado y yo me la pasé mirándole el escote (a la escritora, se entiende). Entonces vi que mi hermano Jorge había llegado y se sentó del otro lado de la columna donde yo estaba.

Vila-Matas terminó de hablar y nos acercamos para que nos firmara sus libros. Yo nada más le di a firmar Bartleby y compañía (que es el que más me gusta, aunque he leído casi todo lo de él y pensé llevarlos para que los firmara), pero el Oso que es un abusador lo hizo que le firmara tres libros. A todos les dibujaba un muñequito con sombrero. Luego fuimos con Villoro, que estaba más cotizado que el mismo Vila-Matas. A él sí le pedí que me firmara dos libros (aunque llevaba más, pero no quise ser tan abusivo como el Oso). Y nos fuimos.

Comimos tacos y tortas en la calle de Independencia y cuando pasábamos enfrente del Hotel Marlowe, nomás de cotorreo le dije al Oso: "Mira: hay que buscar alguna conexión como Vila-Matas". Entonces sacó de su morral un libro de poemas Christopher Marlowe y me quedé callado.

Llegamos al metro Bellas Artes y ahora sí me fijé muy bien en el escalón de la entrada.