Esto fue lo que leí en el homenaje a Jorge Arturo Ojeda el pasado martes en la Casa de Refugio Citlaltépetl:
Recuerdo haber leído en algún lado que en la literatura sólo es posible contar dos tipos de historia: un crimen o un viaje. Quien lo haya dicho podría tener algo de razón:
La Biblia es una sucesión de crímenes y viajes, de asesinatos atroces y éxodos sin fin. De hecho, la historia del hombre comienza con un crimen mayúsculo (la desobediencia a Dios), a lo que le sigue la expulsión del Jardín del Edén, para luego repetir el ciclo con la muerte de Abel a manos de Caín, a quien se le condena al destierro eterno.
Los dos grandes poemas épicos en los que se funda la literatura occidental tienen la misma sucesión de hechos: a un crimen menor (el secuestro de Helena) le sigue un crimen mayor (la guerra de Troya), para luego contar el largo viaje de Ulises de regreso a Ítaca.
¿Acaso la tragedia de Hamlet no es provocada por el asesinato de su padre, por lo que se ve obligado a emprender un viaje al interior del alma humana, de su propia alma atribulada, que lo lleva a la locura? ¿No es el Quijote también la historia de un crimen (en este caso, simbólico, pues son las novelas de caballería las que le sorben el seso), luego del cual el ingenioso hidalgo emprenda su viaje para "desfacer entuertos?
En efecto, las grandes obras literarias abordan indefectiblemente estos dos temas cruciales de la vida humana. Al leer y releer buena parte del conjunto de la obra de Jorge Arturo Ojeda, ésta bien podría clasificarse desde dicha perspectiva dual. Muchos de sus libros de ficción (novelas y cuentos) se fundan o toman como punto de partida un crimen, los cuales se complementan con su narrativa de viajes.
Pero no se me malinterprete. Jorge Arturo Ojeda ?a quien Gustavo Sainz considera, con razón, "dueño de la prosa más elegante y provocativa que se escribe hoy en México"? no es un autor de novelas policiacas. Afortunadamente.
En su caso, los crímenes que cometen o padecen sus personajes tienen un carácter eminentemente simbólico. Eso no quiere decir que no sean igual de punibles o reprobables, ni que los personajes no experimenten sufrimientos indecibles en sus almas. ¿Acaso no son el abandono, el desamor, el desprecio, la indiferencia, incluso la belleza inalcanzable, crímenes que deberían ser castigados con suplicios intolerables?
En sus cuentos y novelas (desde Octavio hasta Personas fatales, desde Muchacho solo hasta Piedra caliente, desde Abominación hasta Hombres amados), la narrativa de Jorge Arturo Ojeda se mueve en ese ámbito transgresor, donde los seres humanos son víctimas de delincuentes emocionales, hombres y mujeres que asaltan la vida de otros tantos hombres y mujeres, y los despojan de sus posesiones más preciadas (sus almas y sus corazones), violan sus intimidades más recónditas (sus secretos y sus ilusiones) y asesinan los anhelos que le dan sentido a sus existencias (el amor y el deseo). A veces los culpables obtienen el castigo que merecen, pero casi siempre las víctimas quedan condenadas al desamparo, a la ignominia, a la soledad, a la locura.
Sin embargo, no he recibido la encomienda de abordar la vertiente "criminal" de la obra narrativa de Jorge Arturo Ojeda, sino dedicarme a otra, que ha cultivado con excepcional talento: su narrativa de viajes; específicamente el volumen titulado Cartas alemanas.
Como decíamos, el viaje es un tema recurrente en la literatura de todos los tiempos. En su interesante libro Viajes escritos y escritos viajeros (Anaya, Madrid, 2000), Lorenzo Silva retoma una clasificación que George E. Gingras planteó para dividir las narraciones viajeras:
1) El viaje de búsqueda, normalmente asociado a la figura de un héroe que protagoniza la empresa, como Gilgamesh o los caballeros del Rey Arturo.
2) La travesía épica, que suele representar una azarosa singladura marina, salvando dificultades diversas, la cual, con frecuencia, nos revela una metáfora del viaje de la vida, como sucede en la Odisea, la Eneida o las sagas nórdicas.
3) El viaje alegórico o simbólico, con el que a través del desplazamiento a un espacio mítico se alude a otras realidades. Aquí pueden incluirse todas las formas de descenso a los infiernos, desde el mito griego de Perséfone hasta el infierno de Dante.
4) El viaje de peregrinación, impulsado ante todo por una motivación religiosa, al que corresponderían todos los relatos de viajes a lugares sagrados, desde Tierra Santa y el Camino de Santiago, hasta La Meca.
5) El viaje de descubrimiento de otras tierras, para informar sobre el conocimiento de la geografía y de las gentes, o el viaje de exploradores y conquistadores, como los de Marco Polo, Cabeza de Vaca, o las Cartas de Relación de Hernán Cortés y los Cronistas de Indias.
6) El viaje de formación o Bildungsreise, que sirve al viajero para forjar su conocimiento de la realidad que le rodea y de su misma identidad, como el Wilhelm Meister de Goethe.
Aunque no es muy difícil encontrar ejemplos de obras en la que se mezclan dos o más de estos tipos de narraciones, es posible ubicar con relativa certeza las Cartas alemanas de Jorge Arturo Ojeda en el relato del viaje de formación, de un joven, sensible y culto escritor mexicano en Europa a principios de la década de los setenta.
Este libro, publicado originalmente en 1972 por SEP/Setentas y reeditado en la colección Lecturas Mexicanas del CONACULTA en 1999, incluye seis relatos en los cuales el autor nos narra las vicisitudes de un itinerario iniciado en 1970, cuando Jorge Arturo Ojeda tenía 26 años y se embarcó (literalmente) rumbo a Europa para estudiar literatura alemana. Así, vivimos, gozamos y padecemos cada una de las paradas de su agotador periplo: Nueva Orleáns, Murnau, Munich, Italia, Berlín, Barcelona, Grecia, Moscú.
De esta forma, estamos ante el joven escritor que está descubriendo un mundo obsesivamente imaginado y deseado. Con gran talento literario, Jorge Arturo Ojeda nos muestra los escenarios, las situaciones y los personajes que va conociendo a lo largo de su travesía: desde las prostitutas y los marineros del Goslar, el barco alemán en el que zarpa desde los muelles de Veracruz, pasando por sus maestros y compañeros de clase, una galería completa de razas, fisonomías y personalidades, retratada con trazos vigorosos y certeros. Todo le atrae, todo le fascina, todo lo registra, sí, con un cierto dejo de deslembrada inocencia, pero también con una mirada ácida, incisiva, siempre cuestionadora.
En la presentación del libro, Humberto Rivas destaca lo siguiente: "Por su modo de contarlas, las peripecias del narrador enganchan al lector desde su comienzo: con una prosa eficaz y equilibrada, nos hace asistir a los pormenores del mundo estudiantil que se ha reunido en Alemania a seguir diversas especialidades. Casi cada situación narrada por Ojeda en Cartas alemanas contiene su interpretación literaria o social. Esta mezcla afortunada de narración y ensayo es uno de los rasgos característicos del autor, mismo que maduró en trabajos posteriores".
En efecto, el obligado complemento de estas Cartas alemanas es, sin duda, Ciudades de América, Europa y Oriente, volumen publicado en el año 2000 por el Fondo de Cultura Económica, que reúne 20 años -desde 1975 hasta 1995- de cartas, relatos, viñetas y crónicas de viaje, periodo en el que Jorge Arturo Ojeda, viajero incansable, ha visitado ciudades de Estados Unidos, México, Brasil, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Francia, Hong Kong, Singapur, China, Malasia e India. En los textos de este libro, Jorge Arturo Ojeda, ya con pleno dominio de su capacidad expresiva, logra hacer con unas cuantas pinceladas que aparezcan ante nuestros ojos las maravillas de los lugares que visita y de los cuales da testimonio fiel.
¿Qué busca, entonces, aquel que viaja? Sin duda, conocer el mundo, hacerlo propio, adueñarse de él. Pero también busca encontrarse a sí mismo, hallarse, ubicar su lugar en el universo. Si bien Jorge Arturo Ojeda es un viajero de curiosidad casi insaciable (comida, bebida, libros, cuadros, música, teatro, arquitectura: nada escapa a su interés intelectual), además de un gran observador de los tipos humanos que disecciona a las personas con minuciosidad de entomólogo; sin embargo, pocas veces (por lo menos así lo pude percibir) nos muestra su intimidad abiertamente. Quizá se deba a que apenas estaba emprendiendo su propio viaje interior, travesía que continuaría en sus obras posteriores, en cuentos y novelas, y en ese singular e inquietante volumen titulado Censo de sueños y dos percepciones extrasensoriales, donde registra rigurosamente 252 experiencias oníricas, desde 1982 hasta 1993.
No obstante, en estas líneas, ubicadas en la página 62 de estas Cartas alemanas, es posible encontrar esbozos de la incansable búsqueda interna de este joven de entonces 26 años:
"Camino yo solo, como he aprendido a hacerlo casi siempre. Poco tiempo en la vida he llevado el alma acompañada. Poco tiempo en la vida he sabido que alguien suspira por mí al mismo tiempo que me derramo de amor. Pocas horas en mi vida he tocado otro cuerpo que me toca y me dice que no me abandonará. Las pasiones más fuertes han sido trasladadas a páginas de libros que circulan lejos de mí y que ya no me pertenecen ni me importan. Otras páginas quedaron siempre inéditas y un día cobarde hice con ellas una hoguera. Lentamente he tenido que ir aprendiendo a gustar del encuentro casual de una hora que se reduce a un minuto y se hace nada. Y aquí, se me ha ido el corazón a Berlín, a la Baja Baviera, a los puntos geográficos más poblados de gente. Estoy en mi mejor juventud y he pasado tres cuartas partes de la vida batallando con escuelas e institutos, con médicos, gimnasios y universidades(?) Quizá mi formación espiritual es un poco monstruosa. ¿Por qué se vuelven cada vez más difíciles mis relaciones afectivas? Me gusta suplicar, llorar, arrodillarme, pero apenas encuentro respuesta, apenas es vuelta una sonrisa o una mano suave me acaricia, comienzo a cobrarme todo lo padecido, hago venganza, torturo y a veces descargo el estoconazo hasta el pulmón. Y me voy. Pero soy yo quien va herido de muerte y esa noche será de llanto. Los dos movimientos que me definen son extremos: la timidez interior y verdadera y el descarado asalto. En ambas he fracasado. En una, la permanente y usual, nadie me percibe; en la otra, se me reprocha la barbarie. Hay que optar por la trivialidad: saludo a todos, digo chistes, juego y jugueteo. Y la tristeza perdura".
En fin: ya decíamos que a veces los viajes sirven para huir de los crímenes que se han cometido en contra nuestra, o también para convertirnos en criminales.
Ciudad Universitaria, septiembre 2004.