lunes, diciembre 27, 2004

POESÍA, VERDAD Y VIDA

por Guillermo Vega Zaragoza

En su libro Las puertas de la percepción, el escritor inglés Aldous Huxley suscribe la teoría de que cada persona, en cada momento, es capaz de recordar cuanto le ha sucedido y de percibir cuanto está sucediendo en cualquier parte del universo. Sin embargo, el cerebro y el sistema nervioso funcionan como "válvulas" que discriminan ese cúmulo de información simultánea, aparentemente sin importancia, y seleccionan la que puede sernos prácticamente útiles para nuestra supervivencia cotidiana.

Para expresar este reducido repertorio de pensamientos, percepciones y sensaciones, el hombre ha creado sistemas de símbolos, conocidos como lenguajes, que en determinadas ocasiones sirven para expresarnos y comunicarnos con nuestros semejantes. La gran mayoría de las personas llegan a conocer, la mayor parte del tiempo, únicamente lo que pasa por esas "válvulas reductoras" del cerebro y del sistema nervioso, y eso es lo que están acostumbrados a nombrar.

Pero el lenguaje que se utiliza cotidianamente nos predispone a creer que le nombre de las cosas es la cosa misma, cuando la realidad es que el lenguaje cotidiano está tremendamente limitado para expresar toda la realidad del mundo. Las palabras, cuando se usan en su sentido ordinario, común, son la forma más inexacta de acercarse al mundo, a la realidad, de explicarla e interpretarla.

Por ejemplo, cuando digo "Tengo hambre", esta frase no significa lo mismo para otra persona que no sea yo. Es más, no significa nada. Porque la forma, la sensación del hambre de cada persona es única. Nadie siente igual nada y nadie percibe el mundo igual que otro. A lo más que se puede aspirar es a evocar mi sensación de hambre y el otro puede pensar: "Ah, debe sentir algo parecido a lo que para mí es el hambre". Sin embargo, sí es posible acercarnos más a la realidad. Podríamos decir: "Tengo hambre a la Memo" o "Tengo hambre a la Jorge", o mejor: "Tengo hambre como sólo yo puedo tenerla a las cuatro de la tarde de hoy?".

Sé que se podría objetar el hecho de que tratar de comunicarnos con tanta exactitud nos llevaría muchísimo tiempo, en vista de lo cual nos vemos en la necesidad de sacrificar la exactitud en aras de la brevedad del tiempo que disponemos para comunicarnos. De esta forma, es comprensible el hecho de que sea tan difícil la comunicación humana, sobre todo al momento de transmitir o intentar transmitir las emociones, que son a la vez lo más simple y lo más complejo del ser humano.

Para ampliar su capacidad de percepción, el hombre ha recurrido a lo largo de los siglos a los más diversos "atajos" para burlar la prisión del cerebro y el sistema nervioso. Estamos hablando de métodos tales como la hipnosis, las drogas, el alcohol, los hongos, el peyote o ciertos ejercicios espirituales, que aumentan transitoriamente la capacidad perceptiva. Sin embargo se da el caso de personas, como Jaime Sabines, que prefieren viejos alucinantes, más tradicionales y a veces hasta más peligrosos para la salud, como la soledad, el amor o la muerte.

No obstante, de vez en cuando, nacen ciertas personas con una especie de "válvula adicional" y, sin necesidad de drogas o sustancias adicionales, perciben algo más que el común de la gente. ¿Qué ven estas personas, cómo perciben la realidad? Desde luego, no perciben "todo cuanto está sucediendo en todas partes del universo", como planteaba Huxley, dado que es imposible suprimir totalmente la "válvula protectora", a riesgo de perder la razón. Perciben algo más, una visión diferente a lo que siente la mayoría de los seres humanos, pero cuidadosamente seleccionada y más completa de la realidad, sin ninguna utilidad práctica aparente, pero que está ahí, existe por sí misma, aunque "las personas normales" no la vean.

Algunas de estas personas que ven lo que los demás no ven no tienen la capacidad ni el talento ni la necesidad de transmitir o expresar esas experiencias a sus semejantes. Un visionario sin talento puede percibir una realidad interior tremenda, hermosa y significativa, pero carece totalmente de la capacidad de expresar, en forma simbólica, lo que ha visto.

O peor: aunque tenga esas virtudes, nunca encuentra el camino para expresarse, pues la misma sociedad aniquila sus inquietudes. Estas experiencias, que pudieran ser enriquecedoras para todos nosotros, se pierden inevitablemente para siempre, como diría el replicante Roy Batty, interpretado por Rutger Hauer, en la película Blade Runner, de Ridley Scott: "He visto cosas que ustedes ni se imaginan... Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia".

Aquellos que sí tienen la capacidad, el talento, pero sobre todo, la necesidad de transmitir esas experiencias en forma de palabras, trazos en un lienzo, notas musicales, símbolos, son los verdaderos artistas, los poetas, los pintores, los músicos. El carácter único del artista consiste en esta capacidad para expresar en palabras o, de manera algo menos lograda, en línea y color, alguna indicación, por lo menos, de una experiencia no extraordinariamente desusada, ha dicho Huxley.

Aquí nos encontramos con otro problema. Partamos del hecho de que, por mucho esfuerzo que haga el artista para plasmar e intentar compartir sus experiencias con los demás, nunca, nunca, podrá transmitir con toda la intensidad, los detalles y la trascendencia de lo que percibe, debido precisamente a que el lenguaje, como ya lo vimos, es limitado para transmitir eso que el artista percibe.

Pensemos en cualquiera de las pinturas de Vincent Van Gogh. Es casi seguro que sus famosos girasoles, sembradíos, noches estrelladas o sillas del cuarto del artista, se acerquen muy poco, casi nada, a los que verdaderamente percibió el atormentado pintor, y aún así podemos sentir la intensidad de su experiencia al admirar cualquiera de sus cuadros.

No obstante, los poetas no somos tan diferentes al resto de los mortales. Para decirlo en palabras de Jaime Sabines: "La única diferencia entre el poeta y el hombre común es que el poeta está más desnudo, tiene un poco menos de piel que el resto de los hombres".

Pero entonces ¿cuándo sabemos que estamos ante un verdadero artista, ante un verdadero poeta? Lo primero es reconocerse y asumirse como poeta. Este hecho implica una gran responsabilidad. Sabines afirmaba también que el poeta es el condenado a vivir, es el escribano a sueldo de la vida, a quien parece que le suceden las cosas por tener la obligación de escribirlas. Y el poeta sufre, ama, se angustia y se asombra de las cosas del mundo, porque su oficio es, simple y llanamente, vivir y escribir lo que vive.

Pero eso no es suficiente para que te consideren poeta. El maestro y también poeta Saúl Ibargoyen nos dijo en una ocasión que nadie puede llamarse poeta, aunque escriba cientos de poemas, si éstos se quedan guardados en la gaveta del escritorio. Poeta es aquel que escribe y los pone a consideración de su comunidad, que en realidad es la humanidad toda, pues la aspiración de todo escritor es que lo lea la mayor cantidad de personas, del presente y del futuro. Eres poeta no porque tú digas que lo eres sino porque los demás te reconocen como tal, y que cuando te vean en la calle digan: "Mira, allí va un poeta", de la misma forma que dirían: "Mira: allí va un delincuente o una puta o un santo".

Para el poeta, publicar un libro significa también quitarse un lastre de encima y por ello tiene que pagar un precio. Pues cada vez que alguien lee la obra de un poeta, éste se convierte en un ser ultrajado, fracturado, atropellado, constantemente violado en su obra, porque cada persona la interpreta de manera diferente y le dice cosas de manera distinta. Ante esto, al poeta sólo le queda agradecer que alguien esté dispuesto a invertir, gastar o perder unos minutos de su vida leyéndolo.

La poesía, la verdadera poesía, no admite ser interpretada, medida o explicada. Si tratas de explicarla ya la jodiste. La poesía es lo que es. Como lo señala el Pablo Neruda de la novela de Antonio Skármeta, cuando el cartero le pregunta qué quiso decir con eso de que "el olor de las peluquerías me hace llorar a gritos". No sé, le contesta Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, no encuentro otras palabras para explicar exactamente eso.

Paradójicamente a todo lo que hemos dicho con anterioridad, acerca de la limitación del lenguaje para comunicarnos, de todas las formas que el hombre tiene para acercarse o tratar de explicarse el mundo, la poesía es quizá la más exacta y precisa. La poesía es una ciencia exacta que no admite ser medida más que por ella misma. La poesía es la medida de la poesía, su única medida.

Explicar cómo es posible que un avión vuele, analizar los planos del avión, saber la medida de sus alas, no explica el acto de volar. Lo mismo sucede con la poesía. Se puede saber que un determinado verso es endecasílabo o que se trata de versos pareados o encadenados, lo cual puede ayudar a comprender mejor la poesía, pero no puede explicarla, siempre y cuando estemos hablando de verdadera poesía, lo cual es en sí misma una redundancia, ya que sólo existe una sola poesía, ni buena ni mala, sino verdadera. Poesía es verdad, lo que no significa que la verdad sea poética.

Pero así como poesía es verdad también poesía es mentira, en tanto la mentira es el complemento de la verdad. Así, poesía es el vértice de la unión de los opuestos. En tanto que cada vez que muestra la verdad se acerca cada vez a la mentira, entendida ésta como contraria a la verdad, pero no necesariamente como sinónimo de falso, falsedad en tanto opuesta a lo genuino. La mentira puede ser genuina, lo falso nunca lo es. Una mentira puede revelar más de la verdad que la verdad misma. Este es el misterio del arte y, sobre todo, de la poesía. No hago más que parafrasear los que ha dicho Truman Capote en Plegarias atendidas: "Ya que la verdad no existe, la verdad no puede ser más que ilusión; para la ilusión, el subproducto de artificios reveladores puede alcanzar las cimas más próximas al pico de la Verdad Perfecta. Pongamos como ejemplo a los que se hacen pasar por mujeres. El travesti es en realidad un hombre (verdad) hasta que se recrea a sí mismo como mujer (ilusión), y, de los dos momentos, el de la ilusión es el más verdadero".

Un poema debe ser como un diamante: brillante, pulido, aunque no necesariamente simétrico. Eso sí: debe ser exacto hasta en su asimetría. En tanto ciencia exacta, la poesía no admite errores, y si los admite sólo es en función de que estos errores permitan hacerla más exacta. Un sustantivo, un adjetivo, un verbo, un adverbio, un neologismo puede estar mal escrito, mal conjugado o puede parecer mal utilizado, de acuerdo con la Academia, pero no puede ser mal aplicado en el poema. Una palabra mal aplicada puede matar un poema. Es como si se quisiera armar un rompecabezas con piezas que corresponde a otro rompecabezas. Simple y sencillamente no embonan. Así las palabras en el poema.

Me gusta esta imagen de trabajo del poeta: recorre caminos buscando palabras como piedras, que frota unas con otras para sacar chispas y crear la luz y el fuego. A veces las palabras-piedras que choca entre sí se desmoronan, no soportan la fricción y se desmoronan: una roca es más fuerte que un terrón y lo destruye. Así sucede con las palabras en un verso: todas las palabras de un poema deben ser sólidas, macizas, para soportar el choque entre unas y otras, sacar chispas e iniciar el fuego que caliente el corazón de los hombres.

Finalmente, quiero cerrar con un poema de Eduardo Lizalde que se llama precisamente "Poema" y que resume mucho mejor todo lo que he tratado de explicar, en la medida de mi limitado entendimiento, con las líneas anteriores:

"Todo poema
es su propio borrador.
El poema es sólo un gesto,
un gesto que revela lo que no alcanza a expresar.
Los poemas
de perfectísima factura,
los más grandes,
son exclusivamente
un manotazo afortunado.
Todo poema es infinito.
Todo poema es el génesis.
Todo poema nuevo
memoriza el futuro.
Todo poema está empezando."


Empecemos, pues, con el poema.