El "empoderamiento" de los gordos
Por Mario Alberto Macías
(Tomado de la revista Cardomomo)
A pesar de que el estereotipo del hombre gordo nos remite a la concepción del poderoso comerciante o empresario rico en dinero hasta la ofensa, y que su circunferencia ondulada y las protuberantes "llantitas" que en forma piramidal sostienen la cara, que se asoma entre papada y cachetes a punto de liberarse de su prisión dérmica, se asumen como el símbolo de la abundancia, la gula y la opulencia que sólo se puede permitir un alquimista de los negocios, también hay íconos obesos en la política.
Algunos que han sido trascendentes para la historia de sus territorios o que han dejando huella -y no precisamente la que dejaría su peso corporal- para el mundo, no corresponde la fama a la imagen, tan es así que Iván IV, quien se hizo proclamar primer Zar de Rusia hacia el siglo XVI y que las ejecuciones masivas le ganaran el sobrenombre de "El Terrible", no era un gigante fortachón, como el típico del ruso bélico que nos llevaría a creer, si no que fue un hombre mediano regordete, malencarado pero al final con la ternura de "un gordito", como lo acusa la obra de Viktor Vasnecov, (s. XIX) aunque los retratos más antiguos y tal vez originales, pugnan por pintarlo, unos delgados y otros, que son los más, lo inmortalizan como muy robusto desde joven.
Asimismo, el inglés Winston Leonard Spencer Churchil complementó su aspecto voluminoso con un inacabable puro habanero y así consolidar la imagen de "bienestar y felicidad" que la vida le dotó al ser hijo de duque, y por lo tanto, bien nutrido, si no es que en exceso que le valió un cuerpo goloso, que su estancia en el ejercito no logró convertir en el de un atlético soldado, pero que si le iba con su buen humor, pues lo bonachón le granjeó buenas relaciones en la política internacional que le valieron para aliar a la URSS y EU contra Hitler en la segunda guerra mundial.
El sobrepeso persigue a quien puede pagar para mantener contenta a su gula sin importar razas, pues el dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, engordaba en la medida en que se iba haciendo millonario a costa del pueblo nicaragüense; y no solo latinos, pues Jean Claude Duvalier también dictador de Haití, exiliado por abuso del poder y de la gastronomía, es de raza negra descendiente de africanos asentados en el Caribe, pero con alto nivel de colesterol almacenado en su adiposa humanidad. Incluso en Argentina hay todo un grupo político de origen sindicalista autodenominado "Los Gordos".
Incluso ahí están los gringos, con el presidente Theodore Roosevelt en el siglo XIX con amplia cintura, además de otro hombre que condujera los destinos de Estados Unidos y que es el más conocido, tal vez por que las generaciones de la segunda mitad del siglo pasado hemos escuchado del él y algunos vieron-vivieron, sus bandazos en Vietnam, Richard Nixon, quien perdió el famoso debate televisado ante John F. Kennedy principalmente por los efectos de imagen, pues entre otras cosas, dentro de los parámetros de personalidad, uno era viejo y gordo, mientras que el segundo jóven y delgado.
Sin embargo, reiteramos que los políticos no son sinónimo de gordura, aunque se hayan ganado la comparación con los cerdos por parte de caricaturistas periodísticos, o como los dibuja Matt Groening en The Simpsons cuando Lisa va al Capitolio o al personificarlos con un rechoncho alcalde Diamante, pues de los 62 presidentes mexicanos, sólo dos parecen retar a la báscula: Eulalio Torres (1914-15) y otro más conocido, Emilio Portes Gil (1928-30) pero de igual fugaz interinato, lo que refuerza esta visión de incompatibilidad del estadista con la exuberancia dorsal.
No obstante, mexicanos crasos que han destacado en el "Poder detrás del trono", como en el sexenio Ernesto Zedillo, a falta de una hombre capaz para la política interior en la persona de Esteban Moctezuma, entró al quite el mexiquense Emilio Chuayffet Chemor, como secretario de Gobierno con gran eficacia, y a quien la lucha de sus órganos por el espacio dentro de su epidermis, le provocó la obstrucción de la traquea, agudizándole la voz hasta semejar estertores o lamentos de mujer envejecida, por lo que, presionado por su envestidura, se operó las cuerdas vocales para "arreciar" sus discursos.
Hay otros personajes a los que no se les puede evitar relacionar su fama política con una personalidad rechoncha: Ahí está aún el camaleónico Porfirio Muñoz Ledo, que ha sido priista, perredista, parmista y al último panista-pevemista y hasta foxista, lo que le valió la embajada de México ante la Unión Europea, nada más; empero su gordura, que es más bien del tipo panzón erguido, lo delató en cada una de las facetas. Era el mismo Porfirio.
O el combativo "Maquío", aunque a estas fechas ha de ser literalmente cadavérico. Manuel J. Clouthier, que como candidato del PAN, y por ende empresario próspero con un chingo de dinero para tragar, pues era productor agrícola, disputó la presidencia a Carlos Salinas y Cuauhtémoc Cárdenas en 1998, el mismo año en que falleció sospechosamente accidentado, pero que antes dejó una máxima como conciente de su corpulencia: "Le quiero abrir un boquete al sistema político, por donde yo quepa".
Para ser un poco contemporáneo emulemos a los dos gobernadores más gordos de los Estados Unidos Mexicanos actualmente en funciones, el aliancista y hasta ahora apartidista chiapaneco Pablo Salazar Mendiguchía de 39 años, que sin embargo es plenamente superado por el mandatario de Tabasco, Manuel Andrade Díaz, cuyo peso contrasta con el común de la complexión de las personas costeñas.
De este personaje su nombre no nos dice mucho, pero sí el apodo que el mismo ha adoptado con singular alegría: "Pancho Cachondo", quien según sus propias palabras, el panismo debería ser más abierto, pues lo quiere tanto como a sus genitales que propuso liberarlo del estigma de "mocho", para lo cual posó desnudo en la revista Peninsular (N. del bloguerista: en realidad fue en la revista Cambio), pero con el escudo Acción Nacional cubriendo sus partes prohibidas, sin embargo, su verdadera razón para mostrar la glotonería que distribuye en su estructura molecular, es la conformidad con la que acepta su gordura, misma que al tiempo le ha devenido en vanidad y orgullo de ser gordo.
(Tomado de la revista Cardomomo)
No se confundan: no soy yo; es el mismísimo Diputéibol
A pesar de que el estereotipo del hombre gordo nos remite a la concepción del poderoso comerciante o empresario rico en dinero hasta la ofensa, y que su circunferencia ondulada y las protuberantes "llantitas" que en forma piramidal sostienen la cara, que se asoma entre papada y cachetes a punto de liberarse de su prisión dérmica, se asumen como el símbolo de la abundancia, la gula y la opulencia que sólo se puede permitir un alquimista de los negocios, también hay íconos obesos en la política.
Algunos que han sido trascendentes para la historia de sus territorios o que han dejando huella -y no precisamente la que dejaría su peso corporal- para el mundo, no corresponde la fama a la imagen, tan es así que Iván IV, quien se hizo proclamar primer Zar de Rusia hacia el siglo XVI y que las ejecuciones masivas le ganaran el sobrenombre de "El Terrible", no era un gigante fortachón, como el típico del ruso bélico que nos llevaría a creer, si no que fue un hombre mediano regordete, malencarado pero al final con la ternura de "un gordito", como lo acusa la obra de Viktor Vasnecov, (s. XIX) aunque los retratos más antiguos y tal vez originales, pugnan por pintarlo, unos delgados y otros, que son los más, lo inmortalizan como muy robusto desde joven.
Asimismo, el inglés Winston Leonard Spencer Churchil complementó su aspecto voluminoso con un inacabable puro habanero y así consolidar la imagen de "bienestar y felicidad" que la vida le dotó al ser hijo de duque, y por lo tanto, bien nutrido, si no es que en exceso que le valió un cuerpo goloso, que su estancia en el ejercito no logró convertir en el de un atlético soldado, pero que si le iba con su buen humor, pues lo bonachón le granjeó buenas relaciones en la política internacional que le valieron para aliar a la URSS y EU contra Hitler en la segunda guerra mundial.
El sobrepeso persigue a quien puede pagar para mantener contenta a su gula sin importar razas, pues el dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, engordaba en la medida en que se iba haciendo millonario a costa del pueblo nicaragüense; y no solo latinos, pues Jean Claude Duvalier también dictador de Haití, exiliado por abuso del poder y de la gastronomía, es de raza negra descendiente de africanos asentados en el Caribe, pero con alto nivel de colesterol almacenado en su adiposa humanidad. Incluso en Argentina hay todo un grupo político de origen sindicalista autodenominado "Los Gordos".
Incluso ahí están los gringos, con el presidente Theodore Roosevelt en el siglo XIX con amplia cintura, además de otro hombre que condujera los destinos de Estados Unidos y que es el más conocido, tal vez por que las generaciones de la segunda mitad del siglo pasado hemos escuchado del él y algunos vieron-vivieron, sus bandazos en Vietnam, Richard Nixon, quien perdió el famoso debate televisado ante John F. Kennedy principalmente por los efectos de imagen, pues entre otras cosas, dentro de los parámetros de personalidad, uno era viejo y gordo, mientras que el segundo jóven y delgado.
Sin embargo, reiteramos que los políticos no son sinónimo de gordura, aunque se hayan ganado la comparación con los cerdos por parte de caricaturistas periodísticos, o como los dibuja Matt Groening en The Simpsons cuando Lisa va al Capitolio o al personificarlos con un rechoncho alcalde Diamante, pues de los 62 presidentes mexicanos, sólo dos parecen retar a la báscula: Eulalio Torres (1914-15) y otro más conocido, Emilio Portes Gil (1928-30) pero de igual fugaz interinato, lo que refuerza esta visión de incompatibilidad del estadista con la exuberancia dorsal.
No obstante, mexicanos crasos que han destacado en el "Poder detrás del trono", como en el sexenio Ernesto Zedillo, a falta de una hombre capaz para la política interior en la persona de Esteban Moctezuma, entró al quite el mexiquense Emilio Chuayffet Chemor, como secretario de Gobierno con gran eficacia, y a quien la lucha de sus órganos por el espacio dentro de su epidermis, le provocó la obstrucción de la traquea, agudizándole la voz hasta semejar estertores o lamentos de mujer envejecida, por lo que, presionado por su envestidura, se operó las cuerdas vocales para "arreciar" sus discursos.
Hay otros personajes a los que no se les puede evitar relacionar su fama política con una personalidad rechoncha: Ahí está aún el camaleónico Porfirio Muñoz Ledo, que ha sido priista, perredista, parmista y al último panista-pevemista y hasta foxista, lo que le valió la embajada de México ante la Unión Europea, nada más; empero su gordura, que es más bien del tipo panzón erguido, lo delató en cada una de las facetas. Era el mismo Porfirio.
O el combativo "Maquío", aunque a estas fechas ha de ser literalmente cadavérico. Manuel J. Clouthier, que como candidato del PAN, y por ende empresario próspero con un chingo de dinero para tragar, pues era productor agrícola, disputó la presidencia a Carlos Salinas y Cuauhtémoc Cárdenas en 1998, el mismo año en que falleció sospechosamente accidentado, pero que antes dejó una máxima como conciente de su corpulencia: "Le quiero abrir un boquete al sistema político, por donde yo quepa".
Para ser un poco contemporáneo emulemos a los dos gobernadores más gordos de los Estados Unidos Mexicanos actualmente en funciones, el aliancista y hasta ahora apartidista chiapaneco Pablo Salazar Mendiguchía de 39 años, que sin embargo es plenamente superado por el mandatario de Tabasco, Manuel Andrade Díaz, cuyo peso contrasta con el común de la complexión de las personas costeñas.
Pero quien en definitiva se lleva el galardón al orgullo de los gordos en la "grilla", es indubitablemente el diputado de la Asamblea Legislativa del DF, quien no sólo es el responsable del acuño de Diputable, (muy ac doc de los políticos) por su afición a las parrandas y las bailarinas en la mesa; sino por que puso en su lugar al PAN, partido en el que milita, aunque está suspendido como militante por esta causa; y no es que Francisco Solís Peón se lo haya pasado por los huevos, sino que quiso quitarle al PAN lo conservador y lo acartonado.
De este personaje su nombre no nos dice mucho, pero sí el apodo que el mismo ha adoptado con singular alegría: "Pancho Cachondo", quien según sus propias palabras, el panismo debería ser más abierto, pues lo quiere tanto como a sus genitales que propuso liberarlo del estigma de "mocho", para lo cual posó desnudo en la revista Peninsular (N. del bloguerista: en realidad fue en la revista Cambio), pero con el escudo Acción Nacional cubriendo sus partes prohibidas, sin embargo, su verdadera razón para mostrar la glotonería que distribuye en su estructura molecular, es la conformidad con la que acepta su gordura, misma que al tiempo le ha devenido en vanidad y orgullo de ser gordo.
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