jueves, octubre 07, 2004

Algo sobre la (falsa) muerte de la poesía

Esto lo dije ayer miércoles al mediodía en el Aula Magna del Claustro de Sor Juana:

Algo sobre la (falsa) muerte de la poesía:
A propósito de Melíferas bocas.
Antología del beso en la poesía iberoamericana
,
compilada por Fernando Reyes
.
Por Guillermo Vega Zaragoza
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Se ha convertido ya en un tópico afirmar que cada vez que se escribe un poema se está poniendo en juego, cuestionándola, a toda la poesía: la que se ha escrito, la que se está haciendo en este momento y la que vendrá. Sin embargo, lo cierto es que, por más que el poeta crea fervientemente que su quehacer poético se funda en este aspecto crítico y cuestionador, la poesía podría sobrevivir a la ausencia de poetas, pero no a la falta de poemas y mucho menos a la falta de lectores. El poeta puede desaparecer, pero los poemas perduran sólo si son frecuentados por los lectores.

La tan llevada y traída "muerte de la poesía" es, en realidad, la "muerte del lector de poesía". Hoy más que nunca las universidades, las escuelas de escritores, los talleres literarios, están repletos de personas que desean escribir poesía. Las revistas y suplementos culturales albergan con frecuencia a la poesía en sus páginas. Mal que bien, en México sobreviven (pocas) revistas especializadas que publican sólo poemas o textos relacionados (como la excelente Alforja, o el resucitado Periódico de poesía), o publicaciones independientes que dan espacio a las nuevas voces poéticas (como la persistente Oráculo, entre otras muchas). En la Internet hay cientos, posiblemente miles, de páginas web dedicadas a publicar poemas. Es decir, existen poetas, decenas, quizá cientos, a lo mejor miles; hay espacios para difundir la poesía; pocos, pero consistentes.

Lo que parece estar en peligro de extinción es el lector de poemas. Las editoriales se quejan de que los libros de poesía "no venden". Hace un par de años, Julián Meza escribió un jocoso, pero desolador artículo tratando de dilucidar el valor de un verso (si lo quieren leer, lo acaba de republicar en su libro Ángeles, demonios y otros bichos, en Editorial Sexto Piso). Llegó a la conclusión de que un verso vale, a precios contantes y sonantes, 0.00002 fracciones de un peso mexicano, o 0.000002 fracciones de un dólar.

Esto quiere decir que un verso es más barato que el producto más barato en el mercado: un chicle de canela marca Patito. En consecuencia, un soneto valdría a lo sumo, catorce chicles de canela. Por lo tanto, si un poeta produjera una docena de versos cada día sólo podría aspirar a cobrar a la semana un puñado de chicles. Aunque afirma que ese precio se debe a que "la demanda de versos está a la baja". Si nos atenemos a la sabiduría de las leyes del mercado capitalista, creo que es exactamente al contrario. Los versos valen lo que un chicle porque hay demasiados circulando en el mercado (no todos de muy buena calidad, hay que decirlo). A mayor oferta, menor valor de mercado.

Dice Meza: "Definitivamente, el estado actual de la poesía en el mercado camina apresuradamente hacia la bancarrota y hacer poesía se revela como una actividad no rentable. En consecuencia, si el poeta quiere tener verdaderos ingresos debe cambiar de profesión. Sus opciones son muchas. Puede hacerse niño de la calle y al final de cada día tener en sus bolsillos (si los tiene) el equivalente a seis docenas de chicles, cifra superior al valor de un soneto. Puede dedicarse a limpiar parabrisas de coches en las esquinas y obtener, por ocho horas de trabajo, doce docenas de chicles, cantidad superior a la que podría cobrar por media docena de sonetos, pero es evidente que estas actividades son escasamente retribuidas y el poeta, que ha abandonado la poesía por no ser rentable, deberá buscar otro quehacer. ¿Albañil? ¿Jardinero? ¿Mayordomo? ¿Ayo? ¿Chofer? ¿Conserje? ¿Mecanógrafo (de computadora)? Se trata de actividades muy dignas que, sin embargo, no reportan al mes más de media docena de cajas de chicles. Si el poeta es un hombre con ambiciones debe observar atentamente cuáles son las actividades mejor pagadas en el mercado y optar por una de ellas. Sus posibilidades son todas, salvo excepciones".

Y concluye así: "Definitivamente, al poeta le tocó vivir en un mundo en donde el mercado no lo contempla. O sí, para anularlo porque, como escribió Hölderlin, ¿para qué poetas en tiempos de miseria?, y nuestros tiempos no son precisamente generosos con aquello que ha hecho del hombre, sino con aquellos cuya voluntad es acabar con el hombre, como esos rancheros globalizados que hoy nos gobiernan".

Entonces, ¿qué hacer? ¿Dejar de escribir poemas? Eso es prácticamente imposible, pues la poesía, como todo el arte, es una las más sublimes manifestaciones de humanidad. Como ya lo he dicho en otras ocasiones, sin arte, sin poesía, sin literatura, no somos más que chimpancés lampiños con corbata esperando que el semáforo nos ceda el paso. Mientras nos sigamos sintiendo humanos, habrá poetas, habrá personas que a través de la palabra, del lenguaje escrito, seguirán buscando expresarse y comunicarse, entrar en comunión (esa es la raíz verdadera de la palabra "comunicación") con sus semejantes, con otros seres humanos.
La racionalidad neoliberal no aplica a la hora de hablar de poesía ni de arte. No se trata de reducir la oferta para "ajustarnos al mercado", y que los poetas se dediquen a actividades "más rentables", como, por ejemplo, funcionarios culturales. Se trata de hacer crecer la demanda, ampliando la base de lectores, creando "la necesidad" de la poesía en el público.

Lamentablemente, los poetas tienen en la actualidad enemigos muy poderosos: los letristas de canciones comerciales, sobre todo los más recientes. Son ellos los que se han encargado de "bastardizar" el gusto de la gran mayoría de la población, que está a su merced en las estaciones de radio, en los puestos de discos piratas, en la televisión. No hay que hacer una tesis de doctorado para verificar esta afirmación.

Pero si necesitan pruebas para creerme, se las muestro. Se trata de la letra de una canción de alguien a quien sus publicistas promueven así: "Sus letras son acertadas, simples, como simple es la vida, pero nos dicen todo del amor y sus contrastes. De la historia y sus injusticias. De la calle, de la mujer, enmarcadas en una poesía sencilla que duele y emociona, que pinta, que señala, que sabe reír o llorar, que reclama, que descubre". Caray, ¿quién será este superartista? Descúbranlo ustedes:

"Eran las diez de la noche,
piloteaba mi nave.
Era mi taxi un volkswagen
del año 68.

"Era un día de esos malos
donde no hubo pasaje.
Las lentejuelas de un traje
me hicieron la parada.

"Era una rubia preciosa
llevaba minifalda.
El escote en su espalda
llegaba justo a la gloria.

"Una lágrima negra
rodaba en su mejilla.
Mientras el retrovisor decía
"¡ve qué pantorrillas!"
Yo vi un poco más.

"Eran las diez y cuarenta
zigzagueaba en Reforma.
Me dijo "Me llamo Norma"
mientras cruzaba la pierna.

"Sacó un cigarro algo extraño,
de esos que te dan risa.
Le ofrecí fuego de prisa,
me temblaba la mano".

¿Tengo que mencionar el nombre del autor de estas abominables líneas? Desde luego que no. Todos lo saben, o por lo menos tienen alguna noción. Lo peor de todo es que la gran mayoría de las personas que consumen este tipo de canciones creen que eso es poesía. Y no: es un remedo de poesía, es el producto bastardo del pecaminoso intercambio de fluidos entre la estupidez con ínfulas seudoartísticas y el comercialismo más ramplón y descarado.
Comparemos entonces las líneas que acabo de leer, con estas otras. Díganme ustedes, si lo saben, quién es el autor.

"Mujer que estás de lluvia, aurora locamente mía. Beso en lo adentro de tus labios la eminente luz de un silencio delgado como hilo de albor. Eres páramo de formidable canto donde a veces fiera quietud de ambicioso jardín llena tu boca. Obedezco el ritmo de tu beso y te propongo un espacio donde un remanso de aguas ardientes sean juntamente isla nocturna y luego grave silbo. Con los ojos cerrados soy tu boca. Canto la desnudez de tus labios agua roja, canto lo que de ellos finaliza el mundo. Mujer de labios lluvia donde llueven mis besos a cántaros siempre con resonantes abandonos, mientras tus besos son imán humedecido de todo cuanto puede una boca no ser dueña de sí misma". El autor es Luis Tiscareño, poeta mexicano, nacido en 1957, incluido en Melíferas bocas. Antología del beso en la poesía iberoamericana, compilada por Fernando Reyes.

¿Por qué, entonces, todo mundo tararea las estulticias de Arjona, pero casi nadie conoce la excelente producción de poetas como Luis Tiscareño? Tampoco me malinterpreten. No estoy proponiendo que los poetas se pongan a componer canciones. Aunque, pensándolo bien, no estaría mal. Así se elevaría el nivel lírico de la atroz música comercial.

Si la poesía está muriendo y el público no lee poesía, es por un problema de difusión, no de producción ni de calidad. ¿Cuál es el camino, entonces? Difundir la poesía por todos los medios a nuestro alcance. Por ello son plausibles esfuerzos como el realizado por Fernando Reyes, joven crítico literario, escritor y poeta él mismo, pero también editor generoso y entusiasta. En ésta, su tercera aventura editorial, la primera donde la poesía domina absolutamente, nos entrega un libro refinado, altamente disfrutable, que amerita obtenerlo, leerlo y releerlo una y otra vez, poco a poco, como se degusta un delicado licor, o también, ¿por qué no?, darle el golpe y empinarlo como un buen tequila, embriagante y concupiscente.

Como él mismo lo afirma en la introducción de esta singular antología, la selección obedeció "como tantas compilaciones, de acuerdo a un criterio tan subjetivo como personal", por lo que la decisión de incluir a tal o cual autor y no a otros, sobre todo en lo que se refiere a los nacidos en la última mitad del siglo XX, puede suscitar algún tipo de polémica que no está en mi interés abordar. Apelo al buen gusto de Fernando Reyes, y puedo afirmar que todos los poemas seleccionados son excelentes, y que la antología constituye una amplia panorámica que puede servir como herramienta útil para acercar la poesía de nuestro idioma a nuevos lectores, jóvenes o adultos, nuevos y viejos. Enhorabuena.

Coyoacán, octubre 2004.