lunes, agosto 30, 2004

Insinuación

Mundo raro
Insinuación
Por Alberto Chimal

Suplemento Arena de Excélsior, núm. 291

No es difícil encontrar signos de graves crisis a nuestro alrededor. Todos los días podemos escuchar y ver avisos siempre renovados de crímenes, atrasos, atropellos, venalidades, cinismos, violencias diminutas o avasalladoras que sufren por igual quienes se quejan contra ellas y quienes se resignan. La situación no es nueva en el país ni en el mundo: por ejemplo, hace más de diez años Guillermo Fadanelli ya había hecho famosa su imagen del escritor en un país en ruinas, y tenía razón; por ejemplo, es claro que la historia reciente proviene del agotamiento de numerosas esperanzas de la civilización occidental, y transcurre, hacia no sabemos dónde, entre el crecimiento del escepticismo, el agotamiento de los recursos naturales, el ascenso de un imperio global que exige sumisión, los fundamentalismos radicales, etcétera.

En este panorama negro, la literatura, pobre, no tiene mucho que hacer. No es sólo que muchos entre quienes llegan a conocerla y hasta a practicarla tienen el mismo ánimo autodestructivo y se complacen con la idea de su decadencia, como si quisieran compensar su impotencia ante el influjo decreciente del texto en un mundo de imágenes. Además, el realismo: esa vertiente que desde el siglo XIX es uno de los ejes de la literatura occidental, se enfrenta con una época en la que la simulación y las superficies importan cada vez más, y parecen exigir de todo la misma inmediatez y fugacidad y simple contundencia.
La prueba de esto es que la forma de realismo: la escuela a la que pertenece el libro de cuentos Antología de lo indecible, de Guillermo Vega Zaragoza, recién publicado por Plan C Editores, es probablemente la más fértil de la historia de la literatura mexicana: la más frecuentada por más escritores.

Sus dos figuras tutelares son narradores de Estados Unidos: Raymond Carver y Charles Bukowski, de los que se admira, sobre todo, la capacidad para mostrar el lado oscuro de la existencia cotidiana: el underbelly -lo ignorado y escondido y animal que está contenido en la palabra inglesa- de la vida que de pronto revela su horror esencial y sordo, no menos espantoso porque se calle o se oculte bajo las hipocresías y máscaras habituales. Los mundos de Guillermo Vega son, como los de sus maestros, terribles, y sus paseos por ellos se concentran siempre en los momentos del dolor o la muerte; además, nuestro guía, una voz narrativa de aparente neutralidad, siempre busca depositarnos al final de la trama en una imagen tremenda.

Aun en los pocos textos que se alejan del realismo estricto, como "De fornicatio angelorum", esta intención consigue que, por encima de todo, destaque la fuerza de una visión del mundo pesimista y desesperada, cubierta de ironía para no mostrar un desengaño profundo ante la animalidad de los seres humanos y concentrada, siempre, en un punto más allá de toda lucha o esperanza posible. Ni siquiera hay, en la mayoría de los personajes, la conciencia de que su tiempo es de putrefacción, de que hubo una caída. Y este acento en las actitudes ante los horrores rutinarios es importantísimo. Como el protagonista de "Zapato izquierdo", que puede reponerse casi sin pensar de una noche de farra y, de paso, desprenderse de un misterio acaso terrible al otro lado de una puerta, así nosotros: nuestra época es de agresión constante, pero la más repetida no tiene lugar en el mundo físico, sino adentro, en nuestra propia percepción que se cierra.

Alrededor de libros como éste, por supuesto, la abundancia de sucesores de Carver y Bukowski se convierte en exceso: cada año aparecen innumerables imitaciones de los dos maestros o de los sucesores de los sucesores de los maestros. Pero mencioné poco antes a Guillermo Fadanelli, no sólo por ser un adelantado, y el más lúcido, de la conciencia del desastre entre nuestros escritores, sino porque su obra marca un camino poco frecuentado entre sus demasiados discípulos: partió de la queja inarticulada, de la repetición irreflexiva de lo mismo, y la ha dejado atrás, consciente de que lo más fácil sería repetir las mismas escenas de violencia, consagradas desde hace mucho como una diversión aceptable y cuya ironía, cuando la hay, ya no podemos percibir. De la misma manera, Antología de lo indecible sería un libro rutinario, uno de más de un montón de textos basura en el sentido más literal, si sus lectores no pudiésemos hallar en él nada más que variaciones sobre la frase "todo está muy mal". Pero hay que volver a su título: "lo indecible" no es solamente lo demasiado transgresor o lo demasiado horrible para discutir, sino también, literalmente, aquello que no puede ser dicho: lo que trasciende o rebasa las posibilidades del lenguaje. Y aunque los cuentos de Vega buscan el acuerdo con lo real en sus ideas y casi siempre en sus escenarios y tramas, de todas formas, con mucha frecuencia, también insinúan la presencia de una frontera infranqueable para cualquier idea de lo real: el enigma sin resolver, la incertidumbre final. Desde las palabras que Lucifer murmura en el oído del poeta, en "El verdadero infierno de Dante", hasta la puerta cerrada, murmurante, del "Zapato izquierdo", constantemente lo indecible se inmiscuye en lo dicho hasta la saciedad y lo convierte en otra cosa. Así como los personajes de Antología de lo indecible pueden caminar por sus existencias ignorando la mayor parte de ellas y de la existencia de los otros, así quienes los leemos podríamos advertir, no sólo su carácter fragmentario, sino el nuestro.

En esta insinuación, más perturbadora que cualquier reporte de nuestras imágenes actuales, está el mayor logro de Guillermo Vega Zaragoza y de sus textos.