Gente Popoff
Perdón por no ponerme al corriente, pero es que yo pensé que las cosas se compondrían después de la presentación, pero muy al contrario se complicaron de más, empezando por el hecho de que mi iMac sigue envirulada y hace tonterías con el teclado (ahora resulta que le echas la culpa al teclado, ¿no?), por lo que esto lo escribo desde la oficina viendo llover en Macondo, que diga, en CU.
Nunca pensé que organizar la presentación de un libro fuera tan desgastante, sobre todo cuando todo te lo tienes que aventar a patín, es decir, coordinar tú solito todos los detalles. Claro, todas las cosas se lograron por apoyo de los cuates, pero uno tiene que estar a las vivas para que nada falle, y generalmente algo falla, pero al final las cosas salen tan bien que casi nadie se da cuenta, nomás los criticones de siempre.
Para empezar, el lugar se consiguió gracias al gran Fernando Galindo, quien trabaja en la Delegación Cuauhtémoc. Los bocadillos me los diapararon mis alumnas del taller del miércoles y el vino sí lo compré yo.
A la hora de la comida, una reportera de NOTIMEX me entrevistó por teléfono. De hecho salió la nota, pero creo que ningún medio la retomó y como no soy suscriptor de la agencia no la he podido ver.
Como siempre, la gente empezó a llegar pasadas las siete. Yo andaba medio apurado porque Galo me dijo que nos iban a quitar el sonido a las 8 y 20 y nos cerraban el lugar a las 9 y media. Poco a poco fueron llegando, sobre todo los amigos y muchos conocidos, pero también personas que nunca había visto en mi vida. A algunas les pregunté cómo se habían enterado y una chava me dijo que por el periódico (La Jornada) y una señora con su hija que por la Internet.
Llegó una reportera del IMER a hacerme una entrevista rápida y cuando salí de la oficinita de la capilla aquello ya estaba casi lleno. Primero llegó Fernando Reyes, con su camisa estampada de tigre amarillo; luego Alberto Chimal, muy serio él, como siempre; más tarde Mauricio Carrera con su bella mujer, Liliana. Sólo faltaba mi tocayo Samperio. Me empecé a preocupar porque su cuñado había llegado primero que él y habían salido al mismo tiempo de la colonia Del Valle hacia San Cosme. Entonces el tocayo apareció, pero el que había desaparecido era Galo, que se fue corriendo quién sabe a dónde a conseguir un micrófono que sirviera. Fer Reyes quiso empezar la cosa a capella, pero no se oía nada, entre el tráfico de la calle y el barullo de tanta gente. Por fin apareció Galo y Fer leyó un fragmento de "De fornicare angelorum", lo que suscitó risas, ya que detrás de nosotros había un retablo religioso, y el relato no es precisamente muy santo.
Leyó primero Chimal, en estricto orden de edades. El texto, me dijo luego, aparecería en su columna del suplemento Arena de Excélsior ese domingo (más arriba lo incluyo). Luego Carrera, con un texto jocoso y divertido que arrancó risas (el cabrón haciendo escarnio de mí, pero lo perdono porque es mi ídolo). Al final, Samperio se explayó y cambió el tono, más serio y profundo, tan pero tan elogioso que hasta me sonrojó (no seas mamón). Bueno, ya, dénme chance. Me dio por agradecer a medio mundo, desde mis hermanos hasta a mi amiga Verónica, pero se me andaba olvidando Bernardo Ruiz, mi generoso editor, cosa por la que después me balconearía Gerardo de la Cruz en una lista de correo.
De tanto abrazo, foto y dedicatoria, no probé el vino (que me dijeron que estaba bien) y un alma caritativa me acercó unos bocadillos y un refresco. A las 9 y media, en efecto nos corrieron del lugar y emprendimos la caravana a La Numantina, cantina cuyos dueños mi hermano Jorge decía conocer y nos atenderían a cuerpo de rey. Nada más lejos de eso. El mesero quería cobrar todo en una sola cuenta, mientras nosotros insistíamos en que fueran individuales. Éramos como 30 comensales y yo ya sé lo que pasa en esos casos. Las cosas se calentaron y nos salimos, para ir a parar a La Castellana, donde nos corrieron a las 12 de la noche como si fuéramos cenicientas. Yo terminé medio muerto, porque el martes no había dormido nada y como no tenía que manejar, me puse una buena papalina.
Lo más importante, para mí, más que el hecho de la presentación, fue haber estado con buena parte de mis cuates compartiendo ese momento, independientemente de si se vendió el libro o lo cubrió la prensa. Para no ser nadie, hubo buena difusión, pero tendría que ser mejor. Llevé libros a las redacciones de los periódicos y nadie lo tomó en cuenta. Las cosas que han salido ha sido por la cuatitud, pero así son las cosas y hay que darle para que mejoren.
Gracias a todos por asistir y a los que no pudieron, ya vendrán otras, porque esto no se acaba hasta que se acaba.
Abur!!!
Aquí pueden ver fotos de la presentación y el aftershow (cortesía de Rocío Noblecilla, Bernardo Ruiz y Verónica Lomelí)
Nunca pensé que organizar la presentación de un libro fuera tan desgastante, sobre todo cuando todo te lo tienes que aventar a patín, es decir, coordinar tú solito todos los detalles. Claro, todas las cosas se lograron por apoyo de los cuates, pero uno tiene que estar a las vivas para que nada falle, y generalmente algo falla, pero al final las cosas salen tan bien que casi nadie se da cuenta, nomás los criticones de siempre.
Para empezar, el lugar se consiguió gracias al gran Fernando Galindo, quien trabaja en la Delegación Cuauhtémoc. Los bocadillos me los diapararon mis alumnas del taller del miércoles y el vino sí lo compré yo.
A la hora de la comida, una reportera de NOTIMEX me entrevistó por teléfono. De hecho salió la nota, pero creo que ningún medio la retomó y como no soy suscriptor de la agencia no la he podido ver.
Como siempre, la gente empezó a llegar pasadas las siete. Yo andaba medio apurado porque Galo me dijo que nos iban a quitar el sonido a las 8 y 20 y nos cerraban el lugar a las 9 y media. Poco a poco fueron llegando, sobre todo los amigos y muchos conocidos, pero también personas que nunca había visto en mi vida. A algunas les pregunté cómo se habían enterado y una chava me dijo que por el periódico (La Jornada) y una señora con su hija que por la Internet.
Llegó una reportera del IMER a hacerme una entrevista rápida y cuando salí de la oficinita de la capilla aquello ya estaba casi lleno. Primero llegó Fernando Reyes, con su camisa estampada de tigre amarillo; luego Alberto Chimal, muy serio él, como siempre; más tarde Mauricio Carrera con su bella mujer, Liliana. Sólo faltaba mi tocayo Samperio. Me empecé a preocupar porque su cuñado había llegado primero que él y habían salido al mismo tiempo de la colonia Del Valle hacia San Cosme. Entonces el tocayo apareció, pero el que había desaparecido era Galo, que se fue corriendo quién sabe a dónde a conseguir un micrófono que sirviera. Fer Reyes quiso empezar la cosa a capella, pero no se oía nada, entre el tráfico de la calle y el barullo de tanta gente. Por fin apareció Galo y Fer leyó un fragmento de "De fornicare angelorum", lo que suscitó risas, ya que detrás de nosotros había un retablo religioso, y el relato no es precisamente muy santo.
Leyó primero Chimal, en estricto orden de edades. El texto, me dijo luego, aparecería en su columna del suplemento Arena de Excélsior ese domingo (más arriba lo incluyo). Luego Carrera, con un texto jocoso y divertido que arrancó risas (el cabrón haciendo escarnio de mí, pero lo perdono porque es mi ídolo). Al final, Samperio se explayó y cambió el tono, más serio y profundo, tan pero tan elogioso que hasta me sonrojó (no seas mamón). Bueno, ya, dénme chance. Me dio por agradecer a medio mundo, desde mis hermanos hasta a mi amiga Verónica, pero se me andaba olvidando Bernardo Ruiz, mi generoso editor, cosa por la que después me balconearía Gerardo de la Cruz en una lista de correo.
De tanto abrazo, foto y dedicatoria, no probé el vino (que me dijeron que estaba bien) y un alma caritativa me acercó unos bocadillos y un refresco. A las 9 y media, en efecto nos corrieron del lugar y emprendimos la caravana a La Numantina, cantina cuyos dueños mi hermano Jorge decía conocer y nos atenderían a cuerpo de rey. Nada más lejos de eso. El mesero quería cobrar todo en una sola cuenta, mientras nosotros insistíamos en que fueran individuales. Éramos como 30 comensales y yo ya sé lo que pasa en esos casos. Las cosas se calentaron y nos salimos, para ir a parar a La Castellana, donde nos corrieron a las 12 de la noche como si fuéramos cenicientas. Yo terminé medio muerto, porque el martes no había dormido nada y como no tenía que manejar, me puse una buena papalina.
Lo más importante, para mí, más que el hecho de la presentación, fue haber estado con buena parte de mis cuates compartiendo ese momento, independientemente de si se vendió el libro o lo cubrió la prensa. Para no ser nadie, hubo buena difusión, pero tendría que ser mejor. Llevé libros a las redacciones de los periódicos y nadie lo tomó en cuenta. Las cosas que han salido ha sido por la cuatitud, pero así son las cosas y hay que darle para que mejoren.
Gracias a todos por asistir y a los que no pudieron, ya vendrán otras, porque esto no se acaba hasta que se acaba.
Abur!!!
Aquí pueden ver fotos de la presentación y el aftershow (cortesía de Rocío Noblecilla, Bernardo Ruiz y Verónica Lomelí)
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