Primicia primiciosa
Los estereotipos son atajos de las mentes perezosas. En lugar de tomarse la molestia de conocer a alguien trascendiendo su apariencia o lo que logran captar a primera vista, prefieren encasillar a las personas en categorías prefabricadas. Así no tienen que preocuparse más en pensar. Qué cómodo.
Lo cierto es que yo no aplico estereotipos. Para mí todos somos unos pendejos hasta que demostremos lo contrario.
Esto me hace recordar a mi amigo el Beto Batucas, alias el "James Dean de la Del Valle", quien solía sentarse solo en el rincón de una cantina (Joe Alf dixit) con su cerveza y su cara de aburrimiento. Las chavas, atraídas por su apostura, se acercaban, cruzaban unas cuantas palabras y se alejaban, desilusionadas. Hasta que una se atrevió a preguntarle:
-¿Por qué eres así? ¿Te caigo mal?
Y él contestó desde la hueva más abismal:
- No lo tomes tan personal. A mí me cae mal todo el mundo.
También me hace recordar que para mi padre sólo existen dos tipos de personas en el mundo: él y los pendejos muertos de hambre.
Sus hijos no somos muertos de hambre, porque él siempre nos mantuvo (y algunos todavía los mantiene), pero nos ha dado el beneficio de la duda de dejar de ser pendejos por el simple hecho de ser sus hijos.
Mis hermanos, en general, se han encargado de corroborar sus sospechas. A mí me agobiaba mucho demostrarle que no era un pendejo, que merecía llevar su apellido. Para todo buscaba su aprobación.
Y ahora, la verdad, me vale madre. Él no es especial, nunca lo fue, ni yo tampoco soy especial por el simple hecho de ser su hijo. En realidad, nadie es especial, aunque algunos chupatintas limítrofes se crean esculpidos a mano por el mismísimo dios o escuincles caguengues se sientan bien gruesos y "outsiders" porque insultan y se burlan de todo mundo y enseñan sus deplorables nalgas en el ciberespacio. Uy, qué malo.
Pero aquí, en exclusiva, niños y niñas, les traigo una primicia:
Todos somos la defecación de una ameba en el estómago de un piojo.
Así de insignificantes.
Por cierto, esto me recuerda también otra memorable reflexión de mi cuate Beto Batucas, la cual profería generalmente cuando terminábamos una discusión sobre la incomprensibilidad de las mujeres o cuando se nos había acabado el dinero y ya no podíamos pedir más chelas:
"Dios mío: ¿por qué no le jalas de una vez a la cadena?"
Lo cierto es que yo no aplico estereotipos. Para mí todos somos unos pendejos hasta que demostremos lo contrario.
Esto me hace recordar a mi amigo el Beto Batucas, alias el "James Dean de la Del Valle", quien solía sentarse solo en el rincón de una cantina (Joe Alf dixit) con su cerveza y su cara de aburrimiento. Las chavas, atraídas por su apostura, se acercaban, cruzaban unas cuantas palabras y se alejaban, desilusionadas. Hasta que una se atrevió a preguntarle:
-¿Por qué eres así? ¿Te caigo mal?
Y él contestó desde la hueva más abismal:
- No lo tomes tan personal. A mí me cae mal todo el mundo.
También me hace recordar que para mi padre sólo existen dos tipos de personas en el mundo: él y los pendejos muertos de hambre.
Sus hijos no somos muertos de hambre, porque él siempre nos mantuvo (y algunos todavía los mantiene), pero nos ha dado el beneficio de la duda de dejar de ser pendejos por el simple hecho de ser sus hijos.
Mis hermanos, en general, se han encargado de corroborar sus sospechas. A mí me agobiaba mucho demostrarle que no era un pendejo, que merecía llevar su apellido. Para todo buscaba su aprobación.
Y ahora, la verdad, me vale madre. Él no es especial, nunca lo fue, ni yo tampoco soy especial por el simple hecho de ser su hijo. En realidad, nadie es especial, aunque algunos chupatintas limítrofes se crean esculpidos a mano por el mismísimo dios o escuincles caguengues se sientan bien gruesos y "outsiders" porque insultan y se burlan de todo mundo y enseñan sus deplorables nalgas en el ciberespacio. Uy, qué malo.
Pero aquí, en exclusiva, niños y niñas, les traigo una primicia:
Todos somos la defecación de una ameba en el estómago de un piojo.
Así de insignificantes.
Por cierto, esto me recuerda también otra memorable reflexión de mi cuate Beto Batucas, la cual profería generalmente cuando terminábamos una discusión sobre la incomprensibilidad de las mujeres o cuando se nos había acabado el dinero y ya no podíamos pedir más chelas:
"Dios mío: ¿por qué no le jalas de una vez a la cadena?"
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