viernes, julio 02, 2004

La muerte, esa bastarda


Brando como Stanley Kowalski,
en "Un tranvía llamado deseo",
su primera interpretación genial,
tanto en teatro como en cine


No me gustan los obituarios, pero cuando muere un gran artista la mejor forma de homenajearlo es invitar a los que quedamos a seguir disfrutando de su arte.

Murió Marlon Brando, uno de los más grandes actores de cine, y digo "actor" y no "estrella", porque él siempre estuvo lejos de congeniar con el "star system". Él, antes que nada, se consideraba un artista y se comportaba como tal: sin concesiones ante la mediocridad y la estupidez, siempre exigiéndose cada vez más en su desempeño artístico y valiéndole absolutamente madre lo que pensaran los demás.

Se decía que tenía un gran ego, que era orgulloso, engreído y presumido, pero ¿qué verdadero artista no lo es? Sin embargo, como cualquier ser humano, tenía también sus momentos de vulnerabilidad, donde se mostraba dubitativo, obsesivo y hasta temeroso.

Así lo retrató Truman Capote en una crónica-entrevista que publicó en los cincuenta y que luego aparecería en su libro Los perros ladran. Capote fue hasta Japón donde Brando filmaba una película y nos lo muestra en la intimidad de su cuarto de hotel, desinhibido y entrañable, sin sospechar siquiera que ese pequeño demonio que era Capote lo fuera a desnudar ante miles de lectores. Luego de que apareció el artículo, Brando quiso rectificar pero el daño ya estaba hecho: su alma ya era del dominio público.

Mi amigo Noé Morales ( a quien yo, a sus espaldas, le puse de apodo precisamente "Marlon", porque siempre se me ha imaginado que en público se comporta igualito que Brando de joven) me mandó estas citas de su ídolo:

"Actuar es la expresión de un impulso neurótico. Lo mejor que he sacado de mi carrera como actor es el financiamiento para mi psicoanálisis..."

"Un actor es alguien que, si no estás hablando de él, no te presta ni un ápice de atención..."

"Mi aspiración en la vida es llegar a ser una persona sanamente disfuncional".

MARLON BRANDO
Actor grande, muy grande
1924 - 2004


Los ídolos van muriendo para convertirse en mitos, pero los relevos se están tardando en aparecer.


Una foto poco conocida de Jim Morrison.
El que está dando dedo es el poeta Michael McClure
y la lentejuda del fondo se supone que es Pamela Courson.
Nótese el sixpack de chelas y el desaliño casi de teporocho
que se carga Jim


Por otra parte, la muerte, esa bastarda, tiende a hacernos jugarretas. Brando muere dos días antes (es decir, el 3 de julio) de que se cumplan 33 años de la muerte de otro mito norteamericano: Jim Morrison. La conexión no suena descabellada, si tomamos en cuenta que Francis Ford Coppola escogió una canción de Morrison y The Doors como fondo para la escena climática de una de sus mejores películas, Apocalypse now, protagonizada precisamente por Brando.

Por lo pronto, dénse una vuelta en mi sitio sobre Jim Morrison y The Doors, La Celebración del Lagarto (http://mx.geocities.com/celebracion_del_lagarto/). Hace un rato que no lo actualizo, pero espero hacerlo en las próximas vacaciones.

Por lo pronto, aquí les pongo un buen artículo sobre Brando publicado en El Semanal Digital de España:

La generación del Hollywood de los 50 se va quedando sin héroes

Fernando Alonso Barahona

Ha muerto octogenario, tras arrastrarse en los últimos años por papeles secundarios donde dejaba huellas del indudable carisma que le lanzó al estrellato como joven rebelde e inconformista.


3 de julio. La figura de Marlon Brando, otrora atlética e imponente, se paseaba ruinosa en colaboraciones cinematográficas que ofrecían más morbo que calidad, al contratar a la vieja estrella símbolo del Hollywood rebelde de los años cincuenta y que pese a sus muchos errores era considerado por algunos, con notoria injusticia, como "el mejor actor de cine de todos los tiempos".

Marlon Brando había nacido en Nebraska el 3 de abril de 1924, y ha muerto envuelto en cierto misterio a los ochenta años. Su carrera comenzó como una exhalación con Hombres (1950) de Fred Zinnemann, y dio lo mejor de sí mismo en títulos menores como Salvaje de Laszlo Benedek, y en obras maestras como la trilogía de Elia Kazan: Un tranvía llamado deseo (1951) junto a Vivien Leigh, Viva Zapata, con Jean Peters, y La ley del silencio (su primer Oscar) al lado de Eve Marie Saint y Karl Malden.

Su técnica barroca aprendida en el Actors Studio (con el método Stanislawski) y su indudable personalidad brilló a gran altura a las órdenes de un director duro como Kazan, que supo encauzar el talento de Brando en personajes de altura inmersos en historias de gran hondura dramática. Pero Marlon Brando se envaneció con rapidez y su desordenada vida personal terminó por afectar a su carrera. Aunque en 1961 intentó una obra ambiciosa (dirigida por él mismo), El rostro impenetrable, y en 1966 trató de pasarse a la comedia en la última película del gran Chaplin (La condesa de Hong Kong, con Sofia Loren), lo cierto es que su carácter y su falta de profesionalidad le llegaron a convertir en un actor maldito.

Brando arruinó a Carol Reed en Rebelión a bordo, película que terminaría rodando Lewis Milestone en 1961 y que se convirtió en un gran fracaso en taquilla. Pese a ello Brando trató de remontar con títulos menos reconocidos pero interesantes, así La jauría humana (1966) de Arthur Penn, Morituri con Yul Brynner (quien, por cierto, le anuló en la pantalla) y sobre todo Reflejos en un ojo dorado (1967) de John Huston, al lado de Elizabeth Taylor. En esta espléndida película sobre un militar con tendencias masoquistas y homosexuales, Brando sustituía a Monty Clift, que había fallecido cuando preparaba el personaje protagonista.

La sima de la decadencia le vio en películas políticas como Queimada de Gillo Pontecorvo hasta que, casi por casualidad, Coppola le dio el protagonista de El padrino. Brando logró su mejor interpretación, ganó su segundo Oscar y ocupó un lugar en la mitología cinematográfica de los años setenta. Un pedestal que también sostuvo (aunque de modo más artificial) el escándalo de la sobrevalorada El último tango en París (1973) de Bernardo Bertolucci.
Marlon Brando vivió desde entonces de las rentas, paseando interpretaciones cansinas, su oronda figura y a veces gotas de su indudable carisma en películas de todo tipo, desde el Cristóbal Colón (1992) de John Glen hasta el curioso Missouri (1975) de Arthur Penn o la notable Una árida estación blanca (1989). Entre ellas hubo un lugar para colaboraciones especiales millonarias en Superman (1978) y de prestigio: la impresionante Apocalypse now (1979) de Francis Coppola.

Su última película ha sido The Score (2001), de Frank Oz, junto a uno de sus sucesores más brillantes, Robert de Niro.

Brando fue contemporáneo de Monty Clift, James Dean, Burt Lancaster, Kirk Douglas, Rock Hudson, Paul Newman y Charlton Heston (los dos últimos son los únicos que aún viven de la nómina de superestrellas de los cincuenta), personificó un nuevo tipo de antihéroe que en la década de los cincuenta se ligaba a un cierto tipo de películas dramáticas y de tesis a las que Brando aportó su físico duro y su mirada ambivalente. La crítica y la prensa le perdonaron sus excesos y sus errores y le sobrevaloraron. Su muerte le coloca ahora en el recuerdo de una época gloriosa del cine, oscurece los defectos y trae a la memoria el carismático Julio César, el valiente Emiliano Zapata o ese salvaje desorientado, rebelde y orgulloso que llegó a ser considerado símbolo de una generación.

Marlon Brando ya forma parte del panteón de las estrellas. Y el recuerdo se hace inmortal al encarnarse en las películas que, como La ley del silencio o El padrino, forman parte nuclear de la cultura de nuestro tiempo.

(http://www.elsemanaldigital.com/articulos.asp?idarticulo=17998)