Poca madre: cerraron La Cuca
¿Qué está pasando en esta pinche ciudad que ya ni a gusto se puede chupar?
¡Borrachos unidos, jamás serán vencidos! ¡Hic! Digo, ¡Salud!
El cierre de La Cucaracha
por Ignacio Trejo Fuentes
Milenio Diario 6/2/2004
Rubén Bonifaz Nuño dijo alguna vez que las cantinas son el espacio natural de la poesía, que ahí nace la mejor, y añadió que no se sentiría auténtico poeta hasta escuchar a algún borracho decir versos de él, de don Rubén. Se le cumplió de inmediato en Las Américas: un parroquiano ordinario dijo, enteros, poemas de El manto y la corona, y provocó que el poeta llorara.
Las tertulias de escritores en cantinas no son tan escasas como podría pensarse. Al contrario, sé de varias, y he asistido a ellas. Desde hace por lo menos veinte años me reúno con mis amigos escritores (y músicos, y pintores, y cineastas y actores...) en distintas cantinas de la Ciudad (la misma durante largas temporadas) exactamente los lunes por la noche. Los viernes me encuentro con otros en el Salón Bar Palacio, que ha cobijado decenas de escritores ebrios durante muchos años (ahí iban Juan Rulfo, Juan Rejano, Alfredo Cardona Peña...). Y, salvo días de excepción, las reuniones son una fiesta, porque están llenas de risas, de navarreadas (juegos de palabras), de sesudas charlas sobre películas y discos y libros, mujeres hermosas; además, la cantina se convierte inopinadamente en centro de trabajo: se intercambian proyectos, obras y sobre todo chismes.
Las reuniones con mis amigos los lunes por la noche venían ocurriendo desde hace unos ocho o nueve años en La Taberna del Lobo Estepario (Gante 1, Centro Histórico), hasta que hace un par de semanas fue clausurada por las autoridades. Antes se llamó La Cucaracha (le seguimos llamando La Cúcara, con todo el cariño del mundo), y fue famosa por su sordidez (el colombiano Eduardo García Aguilar la toma como escenario en su más reciente novela). La Taberna..., en cambio, es de lo más limpio y sano, y pueden ir familias con toda tranquilidad. El nombre se debe a que el propietario es alemán.
La clausura de La Taberna del Lobo Estepario se debió a que no cuenta con salida de emergencia, argumento que me parece extraordinario, porque parte del local está literalmente en plena calle. ¿Por qué ensañarse con el lugar, si sitios aledaños parecidos tampoco tienen salidas de emergencia? Días antes, las mismas autoridades habían clausurado La Ópera, sitio de prosapia si los hay. Permaneció cerrada una semana, hasta que el dueño pagó la multa. Y no sólo eso: tomando en cuenta que el lugar está considerado como patrimonio histórico, se ha entablado una demanda contra el Gobierno del D. F. por parte del propietario, asesorado por abogados del INBA y del INAH. Ya sabemos quién va a ganar: La Ópera.
Pero mientras tanto, los escritores que asistimos a La Taberna del Lobo Estepario nos sentimos descobijados, en paréntesis, ofendidos y humillados, sin la esperanza de que lleguen los fabulosos lunes, y eso que vivimos en la ciudad de la esperanza.
¡Borrachos unidos, jamás serán vencidos! ¡Hic! Digo, ¡Salud!
El cierre de La Cucaracha
por Ignacio Trejo Fuentes
Milenio Diario 6/2/2004
Rubén Bonifaz Nuño dijo alguna vez que las cantinas son el espacio natural de la poesía, que ahí nace la mejor, y añadió que no se sentiría auténtico poeta hasta escuchar a algún borracho decir versos de él, de don Rubén. Se le cumplió de inmediato en Las Américas: un parroquiano ordinario dijo, enteros, poemas de El manto y la corona, y provocó que el poeta llorara.
Las tertulias de escritores en cantinas no son tan escasas como podría pensarse. Al contrario, sé de varias, y he asistido a ellas. Desde hace por lo menos veinte años me reúno con mis amigos escritores (y músicos, y pintores, y cineastas y actores...) en distintas cantinas de la Ciudad (la misma durante largas temporadas) exactamente los lunes por la noche. Los viernes me encuentro con otros en el Salón Bar Palacio, que ha cobijado decenas de escritores ebrios durante muchos años (ahí iban Juan Rulfo, Juan Rejano, Alfredo Cardona Peña...). Y, salvo días de excepción, las reuniones son una fiesta, porque están llenas de risas, de navarreadas (juegos de palabras), de sesudas charlas sobre películas y discos y libros, mujeres hermosas; además, la cantina se convierte inopinadamente en centro de trabajo: se intercambian proyectos, obras y sobre todo chismes.
Las reuniones con mis amigos los lunes por la noche venían ocurriendo desde hace unos ocho o nueve años en La Taberna del Lobo Estepario (Gante 1, Centro Histórico), hasta que hace un par de semanas fue clausurada por las autoridades. Antes se llamó La Cucaracha (le seguimos llamando La Cúcara, con todo el cariño del mundo), y fue famosa por su sordidez (el colombiano Eduardo García Aguilar la toma como escenario en su más reciente novela). La Taberna..., en cambio, es de lo más limpio y sano, y pueden ir familias con toda tranquilidad. El nombre se debe a que el propietario es alemán.
La clausura de La Taberna del Lobo Estepario se debió a que no cuenta con salida de emergencia, argumento que me parece extraordinario, porque parte del local está literalmente en plena calle. ¿Por qué ensañarse con el lugar, si sitios aledaños parecidos tampoco tienen salidas de emergencia? Días antes, las mismas autoridades habían clausurado La Ópera, sitio de prosapia si los hay. Permaneció cerrada una semana, hasta que el dueño pagó la multa. Y no sólo eso: tomando en cuenta que el lugar está considerado como patrimonio histórico, se ha entablado una demanda contra el Gobierno del D. F. por parte del propietario, asesorado por abogados del INBA y del INAH. Ya sabemos quién va a ganar: La Ópera.
Pero mientras tanto, los escritores que asistimos a La Taberna del Lobo Estepario nos sentimos descobijados, en paréntesis, ofendidos y humillados, sin la esperanza de que lleguen los fabulosos lunes, y eso que vivimos en la ciudad de la esperanza.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home