sábado, junio 05, 2004

La dictadura de los focus groups

Leo este artículo en la sección de espectáculos de El Universal y no dejo de sentir escalofríos.

El arte en manos de los mercadólogos. La dictadura de los focus groups.

Primero se utilizaron para decidir la aceptación de tal o cual champú, cigarrillo, golosina o mercancía cualquiera. Después se usaron para decidir el impacto de los comerciales. De ahí pasaron a la televisión, para decidir el probable éxito de un programa.

De ahí llegaron al cine y hoy son pocos son los directores que no permiten que sus películas sean sometidas a esta ignominia, entre ellos, los polos opuestos: Steven Spielberg y Woody Allen.

Luego pasaron a la política. En Estados Unidos sucede desde la campaña presidencial de John F. Kennedy, el primer presidente de Estados Unidos que fue elegido porque retrataba bien en televisión. Acá nos tardamos más de 30 años, pero ya estamos instalados en esa atrocidad que se hace llamar "mercadotecnia política", cuyo apóstol es Carlos Alazraki: "Vender un candidato no es muy diferente a vender un frasco de mayonesa" es una de sus máximas.

Ahora ya llegaron a la música y no tardan en arribar a la industria editorial, a la literatura.

En la industria de la música, en las disqueras, existía lo que se llamaba el A&R, es decir el director de Artistas y Repertorio, que originalmente era una persona que tenía mucha experiencia en la industria de la música, pero también mucho colmillo y olfato para detectar cuando se encontraba ante un artista con potencial y ante canciones que eran éxitos latentes. Los A&R se dedicaban a escuchar los demos de cientos de músicos incipientes y con ganas de triunfar, o se encaminaban cada noche a los bares y discotecas de moda a escuchar a los grupos que tocaban en esos lugares. Durante muchos años, desde la época de Elvis, fue la forma en que las disqueras se hicieron de artistas y músicos que después les hicieron ganar millones y millones de dólares. En Inglaterra eso empezó hasta que surgieron los Beatles.

Recordemos que Brian Epstein, su primer manager, los descubrió en La Caverna, luego de que un muchachito fue al departamento de discos del almacén NEMS (propiedad de la familia de Epstein) a preguntar por el sencillo "My Bonnie", grabado en Alemania, por Los Beatles acompañando a Tony Sheridan, Epstein prometió conseguirlo y se encaminó al antro donde el grupo se presentaba y lo demás es historia. Les propuso ser su manager y mandó cintas a las disqueras. La prestigiada DECCA los rechazó, argumentando que "los grupos de guitarritas ya están pasados de moda". La EMI los contrató porque no tenían ningún artista juvenil y pensaron que sería bueno entrar a ese mercado. Hay que recordar que ambas disqueras sólo grababan música clásica. Sin tener la menor idea de qué hacer con cuatro melenudos y gritones, los de EMI le encargaron el paquete a su más joven productor, el talentoso George Martin, que fundó el paradigma del productor de rock, aquel que se convierte en parte integrante del equipo artístico y hace importantes aportaciones creativas, orientando a los artistas y sirviendo como catalizador (y a veces hasta de pilmama, consejero sentimental y árbitro en las disputas internas) de todo el proceso creativo. Les recomiendo la lectura de El verano del amor (España, Editorial Milenio/SBFC Libros, 1997), escrito por el mismísimo George Martin, donde describe el proceso de producción creativa del álbum Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band.

Por cierto, luego de ver el éxito de los cuatro de Liverpool, los de la DECCA se jalaron de las greñas por imbéciles y contrataron a cuanto grupo se les aparecía enfrente, entre ellos, a los Rolling Stones, a quienes convirtieron en la antítesis de los Beatles, aunque en realidad eran más cercanos de lo que nadie pensó. Los Beatles iban a ver a los Rolling cuando eran el grupo principal en el Club Crawdaddy de Londres. John Lennon y George Harrison se iban al depa de Mick Jagger y Keith Ricchards a escuchar discos y fumar mota. Se volvieron tan cuates que Lennon les regaló la canción que sería el segundo sencillo de los Rolling: "I wanna be your man".

En México, la cosa fue muy diferente, lamentablemente. Durante muchos años existió la dictadura de "Siempre en Domingo". Cualquier cosa que simple y sencillamente pudiera sugerir que no le gustaría a Raúl Velasco y que no podría aparecer en ese programa, no se contrataba. Y quien no salía en la tele y en ese programa, simple y sencillamente no existía. No obstante, Raúl Velasco poco a poco fue cediendo (no mucho, tampoco hay que exagerar), pero ya permitía que aparecieran en su programa artistas como Michael Jackson (que tenía, según decía don Raulito, una personalidad "androide"; el pendejo quiso decir "andrógina"). Una vez hasta permitió que apareciera Quiet Riot ("porque es lo que les gusta ahora a los jóvenes, aunque a mí me gusta más lo que canta Lucía Méndez", recuerdo que dijo entonces, palabras más, palabras menos).

Afortunadamente para nosotros pero desafortunadamente para el sistema, todo se empezó a ir al carajo cuando apareció Gloria Trevi cantando "Doctor Psiquiatra", revolcándose en el piso, desgreñada, con las medias rotas, y sobándose el chocho ante la mirada atónita de "la gran familia mexicana". El diablo había entrado a la casa de los televidentes y Raúl Velasco fue el que lo permitió . Bueno, luego se destapó el caso del clan Trevi-Andrade y ya sabemos todo lo demás.

¿Qué sucede ahora? Ante el embate que les han propinado la piratería y la distribución digital por Internet, las disqueras ya no quieren dar paso sin huarache y quiere recuperar cada centavo de su inversión y, además, exprimirla exhaustivamente. Ya no hay A&R que sepan de música ni que estén atentos a los gustos musicales del mundo en el que viven. Y como no saben nada, recurren a las herramientas de la mercadotecnia bajo el falaz argumento de que "hay que darle al cliente lo que pida", en este caso el público. Pero da la casualidad de que el público no sabe lo que quiere, y cuando los sabe, lo que quiere es basura, estiércol, mierda, pues. Eso ya lo sabía Charles Baudelaire desde el siglo XIX, en su célebre poema en prosa "El perro y el frasco", que dice así:

"Mi buen perro, mi bello perro, mi amado fifí, acércate y ven a respirar un perfume excelente adquirido en la mejor tienda de la ciudad".

"El perro, agitando la cola -lo que es en estos pobres seres, creo, el signo equivalente a la risa y la sonrisa- se aproxima y, con curiosidad, hunde su nariz húmeda en el frasco destapado; luego, reculando velozmente con horror, me ladra a guisa de reproche.

"Ah, perro miserable, si te hubiera ofrecido un paquete de excrementos, lo habrías olfateado con delicia, y quizá devorado. De este modo, indigno compañero de mi opaca vida, te pareces al público, a quien jamás hay que ofrecerle perfumes delicados que lo exasperen, sino inmundicias esmeradamente elegidas".

Pero como los ejecutivos de las disqueras y de las estaciones de radio no leen, pues no saben esto y se dejan llevar por lo que les enseñan en sus diplomados de marketing en alguna universidad patito.

Lamentablemente, como es previsible, este sistema de decidir si algo se publica o no a partir de lo que opinan unos cuantos analfabetas funcionales en un focus group no tardará en llegar a las empresas editoriales. En principio porque ya no existen editores en esas compañías. Todo está en manos de "ejecutivos" que supuestamente saben qué es lo que "vende", cuando en realidad no saben ni siquiera donde tienen el ojo del culo. Es la triste verdad. Las grandes editoriales se dejan llevar por los "prestigios", por los "nombres", por las "plumas", o por las recomendaciones de otros tantos escritores que "sugieren" si tal o cual libro debe publicarse.

En primera: el hecho de ser escritor no te hace necesariamente un buen juez para elegir o decidir si un libro se publica o no. El escritor lee lo que le gusta o lo que le obsesiona, pero no necesariamente lo que le gusta u obsesiona tiene que ser bueno, ni tiene que servirle para decidir si algo es bueno o no. De ahí la falacia de los jurados de los premios literarios donde los jueces son escritores de "renombre". O la estupidez que cometen algunas editoriales o instituciones culturales al nombrar como juez al ganador del concurso anterior. ¿Nada más porque ganó el premio esto ya lo hace una persona capacitada para ser jurado? Los jurados son como los focus groups, pero en lugar de seleccionar personas comunes y corrientes, eligen a "artistas reconocidos".

Otra estupidez que cometen las editoriales, ante la extinción de verdaderos editores, es la fórmula de los dictaminadores. Los buenos editores leían todo lo que les llegaba como propuesta de publicación. Si les gustaba, si detectaban que ahí había una obra valiosa, interesante, la publicaban. Si consideraban que se podía mejorar, le hacían sugerencias al escritor y éste las aceptaba, porque generalmente eran buenas. El trabajo del escritor estaba íntimamente vinculado con el del editor. Era como gestar una nueva criatura, el libro, para que saliera lo más bello y perfecto posible.

Ahora no. Ahora los "ejecutivos" de las editoriales tienen tanto quehacer que no tienen tiempo de leer (cuando ese debería ser su trabajo primordial). Entonces le encargan ese trabajo a los dictaminadores; es decir, personas que supuestamente saben de literatura o del tema que tratan los libros, y recomiendan o no su publicación. Yo fui dictaminador de una de las editoriales más importantes en idioma español. Conseguí la chamba gracias a una amiga que la dejó y me presenté por el puesto. Me aceptaron. Pedí que me dieran mis primeros libros para dictaminar. La gerente de contratación me dijo que tomara los libros que quisiera de una columna inmensa de originales engargolados arrumbados en un rincón de la oficina. Tomé cinco. Pregunté en cuanto tiempo tenía que entregar los dictámenes. Cuando puedas, me dijo ella. ¿En dos semanas está bien?, dije. "¿Tan pronto? Bueno, si así lo quieres, me dijo ella. Llegué a mi casa y me puse a leer. Era el peor suplicio por el que puede pasar una persona a la que le gusta la literatura. Además de que no saben cómo presentar un original, aquellos que se dicen escritores y se atreven a enviar una propuesta de libro, no saben escribir, y cuando tienen más o menos una idea interesante, la desperdician por su falta de talento o de pericia literaria. Hubo uno que a cada capítulo me tenía que levantar a caminar para calmar la ira que me provocaba tanta estupidez en letras de molde.

Pero terminé y entregue mis dictámenes en tiempo y forma (tres cuartillas con los puntos que me indicaron, además de la recomendación de publicación). No recomendé la publicación de ninguno. Le conté mis dudas a la gerente. ¿A poco los leíste todos?, me dijo ella. Sí. Nomás se rió. No, no hay necesidad. Se me olvidó darte el formato reducido para dictamen. Era una lista de tópicos donde nada más tenía que cruzar con una equis la casilla que correspondiera. Ah, qué sencillo. Además, me dijo, no tienes que leer todo. Si en las primeras treinta páginas el libro no te atrapa o convence, no sigas. Si te atrapa, lee el final, y si éste también te convence, entonces léelo completo. Volví a tomar un tambache de engargolados. Seguí el procedimiento aludido. Hice mis dictámenes. Me pagaron. Nunca volví a ese trabajo. Demasiado suplicio por unos cuantos pesos.

El asunto es que, a cómo van las cosas, dentro de poco las editoriales van a armar focus groups donde se contará la historia de una novela y, acaso, se leerán fragmentos de la misma, y el moderador preguntará: "¿Compraría usted este libro?" Si la respuesta es mayoritariamente negativa, la novela se irá directo al basurero, sin importar lo buena, novedosa o propositiva que sea en términos estrictamente literarios.

El perro rechazando el perfume y hundiendo el hocico en la mierda.

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Columna El Enemigo

Inaudible
Por Julio Martínez Ríos

El Universal
EspectáculosSábado 05 de junio de 2004.

http://www.eluniversal.com.mx/pls/impreso/web_columnas_new.detalle?var=39014

Basta leer un par de entrevistas con creadores importantes de música pop para darse cuenta de la relevancia que en sus vidas tuvieron las estaciones de radio dedicadas a difundir música.

John Lennon, Freddy Mercury, Brian Wilson; varios recuerdan con cariño la cantidad de música que conocieron gracias al aparato receptor familiar muchas veces llevado a la cama a escondidas que no sólo se volvía cómplice de desvelos, también un telescopio de abstracciones que regalaba la oportunidad de conocer sitios lejanos.

Por desgracia, la difusión de música a través de un medio masivo siempre ha encontrado sus dificultades y desde sus inicios ha tenido que lidiar con corruptelas, trámites, mecanismos y restricciones de toda índole.

La existencia del sencillo de tres minutos de duración y el formato de Top 40 han sido nada más que el inicio de todo.

Actualmente, en Estados Unidos, gracias a los parámetros con que deben cumplir las listas de programación que ha incorporado la compañía Clear Channel (principal dueño de estaciones de radio en aquel país), es muy complicado que una canción llegue a los oídos del público.

Pensemos en la cantidad de filtros a los que debe someterse un sencillo:

Debe gustarle al grupo para hacer el demo.
Debe gustarle al productor para que se interese en ella.
Debe gustarle a la discográfica.
Debe gustarle a los programadores de radio.
Debe gustarle al público.
Debe gustar.
Debe gustar.

Recién me entero que en México se ha implantado un nuevo método (nuevo aquí) para seleccionar las canciones nuevas en las listas de programación radiofónica; consiste en ensamblar un focus group y tomar una decisión con base en sus reacciones.

Si el conjunto de oyentes aprueba la canción se le incluye en la transmisión diaria, de lo contrario, se le destina al encierro.

Este método sólo prolongará la infamia de las tendencias del momento, homogeneizará las preferencias, llevará a las discográficas a fichar cientos de artistas idénticos (de por sí ya lo hacen) y terminará por probar su poca efectividad a la larga.

¿Algún grupo de personas sumergido en las tendencias del momento podría haber predicho el éxito de Nirvana o los Beatles?

Desde luego que no, pues parte del fenómeno social que ambos conjuntos impulsaron desde sus perspectivas consistió en la ruptura con los parámetros establecidos del momento.

Vayamos a un ejemplo totalmente vulgar. Un focus group pudo predecir el éxito de esa primitiva canción cuya estrofa más memorable recita: "za, za, za". Impensable, ni siquiera está bien grabada.

La música ocurre, tratar de controlarla es pretender controlar el pensamiento de alguien.

Por desgracia, estos mecanismos (heredados del régimen de George W. Bush, eso nos lo dice todo) son sólo la señal de que viene algo peor.

Comentarios: julio@volatil.net