Y dos poemas de don Ren
TEMAS
Por Renato Leduc
No haremos obra perdurable. No
tenemos de la mosca la voluntad tenaz,
Mientras haya vigor
pasaremos revista
a cuanta niña vista
y calce regular...
Como Nerón, emperador
y mártir de moralistas cursis,
coronados de rosas
o cualquier otra flor de la estación,
miraremos las cosas
detrás de una esmeralda de ilusión...
Va pasando de moda meditar.
Oh, sabios, aprended un oficio.
Los temas trascendentes han quedado,
como Dios, retirado de servicio.
La ciencia... los salarios...
el arte... la mujer...
Problemas didascálicos, se tratan
cuando más, a la hora del cocktail.
¿Y el dolor?, ¿y la muerte ineluctable?...
Asuntos de farmacia y notaría.
Una noche —la noche es más propicia—
vendrán con aspavientos de pariente,
pero ya nuestra trémula vejez
encongeráse de hombros, y si acaso,
murmurará cristianamente...
Pues...
(De: El aula, etc., 1929)
ALUSIÓN A LOS CABELLOS CASTAÑOS
Por Renato Leduc
Así como fui yo, así como eras tú,
en la penumbra inocua de nuestra juventud,
así quisiera ser,
mas ya no puede ser.
Como ya no seremos, como fuimos entonces,
cuando límpida el alma trasmutaba en pecado
el más leve placer.
Cuando el mundo y tú eran sonrosada sorpresa,
cuando hablaba yo solo, dialogando contigo,
es decir, con tu sombra,
por las calles desiertas,
y la luna bermeja era dulce incentivo
para idilios de gatos, fechorías de ladrones
y soñar de poetas.
Cuando el orbe rodaba sin que yo lo sintiera.
Cuando yo te adoraba sin que tú lo supieras
—aunque siempre lo sabes, aunque siempre lo sepas—
y el invierno era un tropo y eras tú primavera
y el romántico otoño corretear de hojas secas.
Tú que nunca cuidaste del rigor de los años,
ni supiste el castigo de un marchito ropaje;
tú que siempre tuviste los cabellos castaños
y la tersa epidermis, satinado follaje.
Tus cabellos castaños, tus castaños cabellos.
Por volver a besarlos con el viejo fervor,
vendería yo la ciencia que compré con dolor,
y la tela de araña que tejí con ensueños.
Así como fui yo, así como eras tú,
en la inocencia tórrida de nuestra juventud,
así quisiera ser,
mas ya no puede ser...
(De: Algunos poemas deliberadamente románticos y un prólogo en cierto modo innecesario, 1933)
Por Renato Leduc
No haremos obra perdurable. No
tenemos de la mosca la voluntad tenaz,
Mientras haya vigor
pasaremos revista
a cuanta niña vista
y calce regular...
Como Nerón, emperador
y mártir de moralistas cursis,
coronados de rosas
o cualquier otra flor de la estación,
miraremos las cosas
detrás de una esmeralda de ilusión...
Va pasando de moda meditar.
Oh, sabios, aprended un oficio.
Los temas trascendentes han quedado,
como Dios, retirado de servicio.
La ciencia... los salarios...
el arte... la mujer...
Problemas didascálicos, se tratan
cuando más, a la hora del cocktail.
¿Y el dolor?, ¿y la muerte ineluctable?...
Asuntos de farmacia y notaría.
Una noche —la noche es más propicia—
vendrán con aspavientos de pariente,
pero ya nuestra trémula vejez
encongeráse de hombros, y si acaso,
murmurará cristianamente...
Pues...
(De: El aula, etc., 1929)
ALUSIÓN A LOS CABELLOS CASTAÑOS
Por Renato Leduc
Así como fui yo, así como eras tú,
en la penumbra inocua de nuestra juventud,
así quisiera ser,
mas ya no puede ser.
Como ya no seremos, como fuimos entonces,
cuando límpida el alma trasmutaba en pecado
el más leve placer.
Cuando el mundo y tú eran sonrosada sorpresa,
cuando hablaba yo solo, dialogando contigo,
es decir, con tu sombra,
por las calles desiertas,
y la luna bermeja era dulce incentivo
para idilios de gatos, fechorías de ladrones
y soñar de poetas.
Cuando el orbe rodaba sin que yo lo sintiera.
Cuando yo te adoraba sin que tú lo supieras
—aunque siempre lo sabes, aunque siempre lo sepas—
y el invierno era un tropo y eras tú primavera
y el romántico otoño corretear de hojas secas.
Tú que nunca cuidaste del rigor de los años,
ni supiste el castigo de un marchito ropaje;
tú que siempre tuviste los cabellos castaños
y la tersa epidermis, satinado follaje.
Tus cabellos castaños, tus castaños cabellos.
Por volver a besarlos con el viejo fervor,
vendería yo la ciencia que compré con dolor,
y la tela de araña que tejí con ensueños.
Así como fui yo, así como eras tú,
en la inocencia tórrida de nuestra juventud,
así quisiera ser,
mas ya no puede ser...
(De: Algunos poemas deliberadamente románticos y un prólogo en cierto modo innecesario, 1933)
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