domingo, mayo 09, 2004

Lulu on the bridge


Mira Sorvino como Celia Burns

El otro día andaba por el centro y me metí a una de esas tiendas de videos donde venden películas descontinuadas por los videocentros. Entre otras, compré Lulu on the bridge escrita y dirigida por Paul Auster. No la había visto desde que la estrenaron en el cine, creo que en 1998, o algo así. En ese entonces me gustó mucho, pero ahora que la volví a ver ya no me pareció tan buena. Creo que Auster no midió bien sus alcances y creyó que podía hacer una película con un guión más bien flojo y desaprovechando un cuadro muy bueno de actores, empezando por Harvey Keitel, en uno de sus papeles más olvidables de su carrera, un total miscast. La que sí se la trata de sacar es esa reina que es Mira Sorvino, pero no por la torpe dirección de Auster, sino porque es muy buena actriz, de ésas que establecen un romance con la cámara en cuanto salen a cuadro.

Como tuve mi época de fan de Auster, tengo casi todos sus libros, así que al mismo tiempo que veía la película iba leyendo el guión que publicó Anagrama y que incluye una serie de entrevistas con el equipo creativo de la cinta y con el propio Auster. Allí cuenta que originalmente el propuso el guión a Wim Wenders, pero éste no estaba tan seguro de hacerla, pues ya llevaba tres películas con el tema del cine dentro del cine (eso fue lo que le dijo a Auster, pero más bien suena a pretexto), así que le sugirió fuera el propio Auster quien la dirigiera (claro, si se iba a quemar, que lo hiciera solo). En un principio Wenders quería a Juliette Binoche en el papel principal, pero como acababa de ganar el Oscar con El paciente inglés, la opción se quedó con la Sorvino.

Para quienes no la han visto, la historia de Lulu on the bridge es la siguiente: Izzy Maurer es un saxofonista de jazz. Una noche, mientras está en el escenario, entra un tipo con una pistola, echa balazos y uno de esos le tocan a Izzy. Como consecuencia, Izzy pierde un pulmón y no puede volver a tocar. Su vida pierde sentido hasta que un día, camina por la calle y encuentra a un hombre muerto con un tiro en la cabeza. Izzy toma el portafolios del tipo y se lo lleva a su casa. Encuentra sólo una caja con un pedazo de piedra y un número telefónico en una servilleta. La cosa es que la piedra resplandece en la oscuridad con un tono azul muy intenso. Izzy se desconcierta y decide saber de qué se trata. Llama al número y resulta ser el de una mesera aspirante a actriz que es Celia Burns. Izzy le enseña la piedra y a partir de eso se enamoran perdidamente. Celia consigue un papel en una película titulada La caja de Pandora y todo parece ir muy bien, hasta que unos matones secuestran a Izzy para que les diga dónde está la piedra. Lo encierran en un calabozo, hasta que escucha una balacera y llega un tipo que se hace llamar doctor Van Horn, que trata de sacarle a sopa a Izzy. Pasan los días e Izzy no aparece, Celia está muy preocupada, hasta que la encuentran los matones. Ella echa a correr y salta al rió desde el puente. Finalmente, Izzy logra escapar y Celia no aparece. Pero resulta que todo esto no ha sido más que un alucine de Izzy, que sigue moribundo en el piso del club, con un balazo en el pulmón. Cuando lo llevan al hospital, muere en la ambulancia. En la calle, Celia ve pasar el vehículo y se persigna, Tantán.

Para empezar, la historia es plenamente austeriana. Todo está regido por el azar, que es una de sus obsesiones, pero al ser todo, al final de cuentas, imaginario, no resulta tan azaroso, incluso parece muy jalado de los pelos. Ahora, lo de la piedra azul, resulta un recurso sacado de la manga. Finalmente, lo que resulta interesante es el hecho de que Auster haya preferido contar una vida probable de Izzy, ya estando moribundo, a contar el pasado del personaje, que es lo que cualquiera hubiera hecho, pues se supone que cuando uno está a punto de colgar los tenis pasa delante en forma vertiginosa todo lo que vivió.

En la entrevista incluida en el guión, Auster dice algo muy interesante:

“Hace dos o tres años Peter Brook (el director de teatro inglés) concedió una entrevista al New York Times y dijo en ella algo que me causó una prfunda impresión. ‘En todos mis trabajos’, afirmó, ‘trato de combinar la inmediatez de lo cotidiano con el distanciamiento del mito. Porque sin aquella inmediatez no puedes conmoverte y sin el distanciamiento no te asombras.’ Una formulación brillante, ¿verdad?”

En efecto. Creo yo que de eso se trata el verdadero arte literario. Todas las grandes obras literarias están tan cerca de lo cotidiano que los hombres de todas las épocas pueden identificarse y conmoverse con lo que ahí sucede, pero también están ligadas al mito que eso es precisamente lo que les otorga profundidad y trascendencia. Pensemos en el Ulises, de James Joyce, o en cualquier gran obra. ¿Puede haber algo tan cotidiano que contar 24 horas en la vida de una persona? Pero está ligada, en su estructura al mito, a los mitos griegos y a la liturgia católica, lo que le proporciona la profundidad y la hace trascender como verdadera obra artística. A eso es a lo que debería aspirar todo aquel que quiera crear una obra verdaderamente trascendente.

Bueno, eso era todo lo que quería decir hoy.