jueves, marzo 18, 2004

La belleza

Hace más de 130 años, Jean-Arthur, el de Charleville, escribió en su prima temporada infernal:

“Una noche senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. Me armé contra la injusticia”.

Hoy, a más de 130 años, todos las mañanas de miércoles, la belleza se sienta junto a mí y me injuria con su presencia. No sé si es amarga, porque nunca la he probado con mis labios. Me dan ganas de armarme contra la injusticia.

¿De quién es la belleza: se pertenece, le pertenece a todos, puede ser de alguien, es de ella misma? ¿Se puede poseer la belleza, una mujer, un poema, un instante, una quimera?

¿Qué se hace ante su indiferencia: se le posee, se le injuria, se le lanza desde el vehículo en marcha, se le rinde culto en silencio, se le violenta?

Ayer me contó que varios hombres han puesto el mundo a sus pies y ella los ha rechazado. Yo no tengo nada que ofrecerle. La nada es lo único que tengo y podría compartir con ella. ¿Será suficiente?

La paradoja es que, a pesar de que la herida propinada, uno anda por la vida con una sonrisa imbécil el resto del día: “Hoy la tuve, aunque fuera un breve lapso, cerca”.

La belleza hiere. Hiere con la mirada, con la caída de sus párpados, con el cabello ensortijado, con los labios perfectos, con la curva debajo del pantalón, con cada suspiro, con cada risa.

Mientras tanto, el descendiente de Melville entona aporcelanadamente: “Woman…’’