Juventud ¿divino tesoro?
Pues como ya se enteró media humanidad, el sábado pasado fue la fiesta de cumple del Oso Escamilla. Inició en la Bodeguita del Medio de Insurgentes, pero yo llegué como a las seis por causas de fuerza mayor (¿puede haber causa de mayor fuerza que una cita con una dama?). Pero todo mundo ya estaba very happy y como si me estuvieran esperando, apenas arribé y le cantaron "Las Mañanitas" al hojomeneado y, como ya se está haciendo costumbre, los invitados nos vimos obligados a destrozar el arte de la oratoria al externar nuestros más íntimos sentimientos de amistad ante el azoro de los parroquianos de las mesas vecinas.
Pero la cosa no paró ahí: el Oso nos retribuyó con un sentido comentario ¡¡¡para cada uno de los convidados!!! Yo pedí una botana y dos mojitos dobles para aguantar el trance. Entonces la tremenda mamá del Oso (o sea Mrs. Bear) dijo: "Vamos a seguirla en la casa, para que no gasten tanto". Y raudos y veloces nos encaminamos hacia el sur de la capirucha, allende CU.
Ya en chez l'Oso, sugerí que hiciéramos cooperacha para comprar un par de frascos, refrescos y botanas. El Oso cogió un sombrero negro de quién sabe dónde y lo pasó ante la concurrencia, la gran mayoría mozalbetes y bellas ninfetas de no más de 20-21 años, como el festejado. Sorpresa: nadie cooperó. Dijeron que ya no querían tomar. Eran apenas las nueve de la noche.
El Oso se calzó el negro sombrero que lo hacía parecer una versión vernácula del insigne The Edge y fuimos al Superama por las provisiones para los que no podemos aún controlar nuestra pulsión alcohólica. ¿Será que para la juventud de ahora el alcohol ya se volvió algo demodé, decadente y nada cool?
La cosa se puso peor cuando regresamos y al calor de las cubas, pusimos música para bailar y ¡nadie pareció sentirse aludido! Seguían aparentemente muy entretenidos sentados alrededor de la mesa del comedor, platicando seguramente cosas trascendentales para el mundo, como cuál sería el próximo video que mostraría a un perredista atascándose de billetes malhabidos, o las posibilidades de John Kerr para la presidencia de los EU, o la crisis de Haití, o cosas de ese calibre.
Y no pueden decir que no lo intentamos, probamos de todo: grupera, rocanrol, salsa, disco, tecno. Vamos: hasta "El gallinazo". Salvo dos parejas que nos turnábamos las damas, nadie quiso esparcir la polilla sobre el piso de mármol.
Ante lo inevitable, preferí sentarme a beber y ponerme a perorar infinidad de datos inútiles sobre la vida y milagros de las estrellas de rock, como las historias de Ozzy Osbourne, o que el álbum blanco de los Beatles fue el primero que se grabó en ocho canales. Cosas de viejos, ya saben.
A las diez y media, los más jóvenes se despidieron y nos dejaron ahí, en la sala, como parte de la decoración. La novia de Martín, joven aún ella (digo, todavía no llega a los 30), dijo: "Es que ellos ahorita se van al verdadero reventón".
Ah, pues así ha de ser, pero a mí no me quitan de la cabeza que las formas de divertirse ya cambiaron mucho desde hace unos 10 años para acá.
¿O será que los jóvenes de hoy sí aplican eso que dijo Pete Towshend, guitarrista de The Who, por allá en los años sesenta del siglo pasado, de que "nunca confíes en nadie de más de 30 años"?
Es más: ¿sabrán los jóvenes de ahora quién diablos es Pete Townshend y qué era The Who?
Pero la cosa no paró ahí: el Oso nos retribuyó con un sentido comentario ¡¡¡para cada uno de los convidados!!! Yo pedí una botana y dos mojitos dobles para aguantar el trance. Entonces la tremenda mamá del Oso (o sea Mrs. Bear) dijo: "Vamos a seguirla en la casa, para que no gasten tanto". Y raudos y veloces nos encaminamos hacia el sur de la capirucha, allende CU.
Ya en chez l'Oso, sugerí que hiciéramos cooperacha para comprar un par de frascos, refrescos y botanas. El Oso cogió un sombrero negro de quién sabe dónde y lo pasó ante la concurrencia, la gran mayoría mozalbetes y bellas ninfetas de no más de 20-21 años, como el festejado. Sorpresa: nadie cooperó. Dijeron que ya no querían tomar. Eran apenas las nueve de la noche.
El Oso se calzó el negro sombrero que lo hacía parecer una versión vernácula del insigne The Edge y fuimos al Superama por las provisiones para los que no podemos aún controlar nuestra pulsión alcohólica. ¿Será que para la juventud de ahora el alcohol ya se volvió algo demodé, decadente y nada cool?
La cosa se puso peor cuando regresamos y al calor de las cubas, pusimos música para bailar y ¡nadie pareció sentirse aludido! Seguían aparentemente muy entretenidos sentados alrededor de la mesa del comedor, platicando seguramente cosas trascendentales para el mundo, como cuál sería el próximo video que mostraría a un perredista atascándose de billetes malhabidos, o las posibilidades de John Kerr para la presidencia de los EU, o la crisis de Haití, o cosas de ese calibre.
Y no pueden decir que no lo intentamos, probamos de todo: grupera, rocanrol, salsa, disco, tecno. Vamos: hasta "El gallinazo". Salvo dos parejas que nos turnábamos las damas, nadie quiso esparcir la polilla sobre el piso de mármol.
Ante lo inevitable, preferí sentarme a beber y ponerme a perorar infinidad de datos inútiles sobre la vida y milagros de las estrellas de rock, como las historias de Ozzy Osbourne, o que el álbum blanco de los Beatles fue el primero que se grabó en ocho canales. Cosas de viejos, ya saben.
A las diez y media, los más jóvenes se despidieron y nos dejaron ahí, en la sala, como parte de la decoración. La novia de Martín, joven aún ella (digo, todavía no llega a los 30), dijo: "Es que ellos ahorita se van al verdadero reventón".
Ah, pues así ha de ser, pero a mí no me quitan de la cabeza que las formas de divertirse ya cambiaron mucho desde hace unos 10 años para acá.
¿O será que los jóvenes de hoy sí aplican eso que dijo Pete Towshend, guitarrista de The Who, por allá en los años sesenta del siglo pasado, de que "nunca confíes en nadie de más de 30 años"?
Es más: ¿sabrán los jóvenes de ahora quién diablos es Pete Townshend y qué era The Who?
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