Aventarse como el Borras…
Un día, impartiendo clase hace poco, no recuerdo con qué motivo, les dije a los alumnos que “no se aventaran como el Borras”. Me miraban impávidos, como si les hubiera dicho algo en un idioma desconocido. Pregunté: “¿No saben quién es el Borras?”. No, corearon. Tuve que explicárselos, tuve que contarles del programa que era el antecedente de los Simpson, pero versión mexicana, sobre las tribulaciones del Borritas y su infinito amor por la Pecas, que lo hacía tener que soportar a toda la runfla de parientes parásitos (el Bigotes de Perro, la Musaraña, el No Somos Nada, hasta el pretendiente de la suegra, el “siempre celoso de su deber” Comanche), por lo que cada semana tenía que aceptar un nuevo trabajo, además de su chamba de taxista, de los cuales casi siempre lo despedían, pues consideraba muy fácil desempeñarlos y, como era de esperarse, casi siempre fracasaba.
El Borras, pues, era como casi todos los mexicanos; pensaba que el amor lo justificaba todo y que, por lo mismo, todo era muy fácil. Quien lo encarnó, mi tocayo Guillermo Rivas, ya no existe y es muy probable que las siguientes generaciones tampoco sepan quién era ese personaje, pero seguirán lanzándose, entusiasta y estúpidamente, por la vida como él…
El Borras, pues, era como casi todos los mexicanos; pensaba que el amor lo justificaba todo y que, por lo mismo, todo era muy fácil. Quien lo encarnó, mi tocayo Guillermo Rivas, ya no existe y es muy probable que las siguientes generaciones tampoco sepan quién era ese personaje, pero seguirán lanzándose, entusiasta y estúpidamente, por la vida como él…
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