Las razones del blog
Entré en conocimiento de los blogs gracias al Doctor X, conocido en el bajo mundo del hampa underground y el periodismo gonzo como Luis Martignon, hace ya como dos años, porque al final en sus mensaje de correo electrónico colocaba la dirección de su URL. Me pareció interesante, porque él no lo utilizaba como el tradicional “diario en línea” sino como una verdadera bitácora de su deambular etílico-literario-existencial, muy a la manera de su bienamado Bukowski. Yo ya había intentado alguna vez emprender algo parecido con Livejournal, pero nunca me sentí a gusto.
Tiempo después, descubrí los blogs de Alberto Chimal y Raquel Castro (y de muchos de sus amigos: Chema, BEF, Erika, Sandra, Edgar). A ambos los admiraba y respetaba ya en persona, y aún más después de ver la constancia y dedicación que le prodigaban a sus blogs.
Decidí entonces emprender el mío. Primero le puse mi propio nombre, pero era muy largo. Luego el de guiveza, pero tampoco me gustó. Opté por utilizar el nombre de una novela en proceso que ya tenía: “La fascinante vida sexual de los caracoles”, que es como se llamó hasta hace poco.
Como sucede desde que me inicié en Internet, empecé copiando, retomando y adaptando lo que me parecía más adecuado para armar mi propio blog: que la lista de links, que el contador, etc. Debo aclarar que hasta la fecha me he resistido a colocar un tablero de mensajes, pues me parece ya un exceso.
Obtuve pocas respuestas y poca interacción hasta que una chava se enojó porque escribí que, a juzgar por lo que se podía leer en sus blogs, la vida de la gente era bien pinche aburrida. No lo hubiera hecho. Me insultó y recriminó que mi vida no era precisamente de película. Dijo que nunca me volvería a leer.
Decidí entonces separar mi vida personal de lo que yo llamo “la vidita literaria” y abrí otro blog, más promocional, queriendo emular un poco lo que hace Chimal con su Mundo Raro. Publiqué textos que salían en revistas y suplementos. Así apareció un artículo mío donde detallo mi propia “teoría del cuento”. Recibí entonces un mail de una persona que me corregía un dato sobre Edgar Allan Poe. Como el tono era bastante decente, no sin cierto dejo irónico, lo agradecí y hasta lo publiqué. Entonces me encontré con que ese mismo tipo tenía un blog y que en él se pitorreaba del mío, de mi error y me llamaba “logorréico”.
No quise contestar nada directamente, pero tampoco me iba a quedar cruzado de brazos. Hice un post bastante desafortunado, nomás de puro ardor, pero no pasó nada. Seguí leyendo el blog del tipo ése, que resultó ser un regio radicado en Tijuana que trabaja en un periódico como reportero. El cuate escribe bastante bien, pero tiene un gran defecto: no es perfecto, pero opina como si lo fuera. Se cree hecho a mano por los mismísimos dioses. Nada escapa de su tecla justiciera, todo lo critica, para todo tiene opinión y su palabra es la ley. Ha tenido varias escaramuzas bastante desagradables con otros blogueros. Yo lo leo de vez en cuando nomás para hacer corajes, como buen masoquista que soy, pero debo reconocer que luego tiene buenas puntadas.
Así fue como me enteré de la existencia de varios blogs, perpetrados fundamentalmente por tipos que viven en Tijuana, que los utilizan para denostar y atacar a los que ellos llaman “culturosos”, es decir, todas aquellas personas, fundamentalmente escritores o aspirantes a escritores (pero no sólo ellos), que se dedican a la actividad cultural y que frecuentan los eventos de este tipo que se realizan en esa ciudad. Pero sus baterías no sólo las dirigen a los “culturosos” sino también a las mujeres y a todo aquel que tiene la osadía de existir y caerles mal. Se trata fundamentalmente de jóvenes ya no tan chavos (de 25 para arriba) que parecen no haber superado adecuadamente la adolescencia y que adoptan (por lo menos en la realidad virtual de sus blogs) una personalidad arrogante, despectiva y, sobre todo, sumamente violenta, por lo menos verbalmente, aunque ya han retado a golpes a varios que han osado responderles. Todo se resuelve con no leerlos, pero no deja de ser preocupante el fenómeno, que tengo deseos de analizar más a fondo en otra ocasión.
Con sus intermitencias, seguí con ambos blogs hasta que hace un par de semanas recibí un mensaje de otro tipo que me decía que, a juzgar por mi blog de La vidita literaria, yo no sabía escribir, que cómo me atrevía a llamarme maestro universitario, que si así escribía cómo estarían mis clases, que nunca volvería a leer algo que tuviera mi nombre, que al utilizar groserías lo único que demostraba era mi falta de imaginación, que mientras él se exigía mucho a la hora de escribir, yo no sabía ni siquiera dónde poner las comas. Lo cierto fue que, por lo menos en las cinco frases de su mensaje, no se notaba ese esfuerzo, pues era evidente que él tampoco sabía dónde poner las comas.
Bueno, la verdad es que el mensaje me sorprendió y me hizo encabronar mucho. Después me entristeció y me deprimió. ¿Qué podía yo haber hecho como para que una persona, que ni siquiera me conoce, me mandara un mensaje a mi correo personal para insultarme de esa manera tan hiriente? Demasiadas molestias, ¿no? Es como si vas por la calle y ves a una persona objetivamente fea y sin más te le acercas y le dices: “Oiga, está usted muy feo”. Ante la agresión artera, gratuita e injustificada, a lo único que te expones es a que te partan el hocico. Si no te gusta algo, simplemente te pasas de largo y asunto arreglado. Sin embargo, me puse algo paranoico y me di a la tarea de rastrearlo para saber quién era ese tipo. Nada. No existe, ni un solo vestigio de su existencia en la Internet. Era un tipo cualquiera que pasó por mi blog, le caí mal y decidió que tenía el deber cívico y patriótico de darme un descontón.
Yo soy de la idea de que nunca hay que rebajarse al nivel de ese tipo de personas que van por la vida regando sus frustraciones e insultando a los demás. Siempre he pensado que esas personas cargan demasiada mierda en sus vidas (a lo mejor no los quisieron lo suficiente sus padres en la infancia, han fracasado en las cosas que han emprendido, tienen un trabajo que aborrecen, toda la vida los han rechazado las mujeres, tienen una vida sexual totalmente insatisfactoria; no sé, tantas cosas que pueden amargar la vida de un ser humano), y como no soportan tanto peso, pues se dedican a repartirla a quien se deje. A mí me tocó, ni modo.
La cosa fue que me hizo reflexionar sobre muchas cosas. De ahí el exabrupto de cerrar el blog por un tiempo, pero luego platiqué con algunos amigos al respecto, les conté el desaguisado, y una amiga, a quien quiero mucho y que me conoce muy bien, me dijo: “¿Y por qué te afecta tanto que un pendejo que ni te conoce te diga que no sabes escribir? Preocúpate cuando te lo diga alguien a quien respetes y que valga la pena”.
También me ha entusiasmado la forma en que mi amigo El Oso Escamilla ha tomado esto de los blogs. Me recordó mucho cómo era yo cuando tenía su edad: esa ansiedad, casi enfermiza, de querer contarlo todo, de escribirlo todo, de registrar todo. Ansiedad que la vida y la realidad se han encargado de apaciguar en aras de otras prioridades a la hora de escribir: la precisión, la perfección, la belleza.
A mí ya no me hace tanta ilusión como antes ver mi nombre en letras de molde. Logré publicar casi cada semana en uno de los mejores periódicos de la época cuando tenía 20 años y estaba en el primer año de la universidad. Durante tres años publiqué cada semana todo tipo de artículos, reportajes y crónicas en una revista fundada por uno de los mejores escritores mexicanos. Ahora colaboro en revistas, periódicos y suplementos.
Hoy mi preocupación es la aparición de mi primer libro de cuentos, qué va a pasar con él, como lo van a recibir los críticos, cómo se va a promover y a vender. Pero sobre todo me preocupa escribir el siguiente, avanzar en las novelas que tengo empezadas, cumplir con mis compromisos editoriales, impartir mis cursos y talleres, leer todo lo que tengo pendiente, atender a mis amigos como se merecen, emborracharme con ellos, lograr que esa rejega mujer se enamore de mí, ganar dinero suficiente para vivir sin broncas y tener mucho, mucho tiempo para escribir.
Bueno, todo esto es para decir que estoy de regreso. Gracias a todos los que preguntaron, se preocuparon y me alentaron a volver.
Ah, y también regresé para decirle al señor Gabriel Coronado, con todo el respeto que se merece: vaya usted y chingue a su madre.
Tiempo después, descubrí los blogs de Alberto Chimal y Raquel Castro (y de muchos de sus amigos: Chema, BEF, Erika, Sandra, Edgar). A ambos los admiraba y respetaba ya en persona, y aún más después de ver la constancia y dedicación que le prodigaban a sus blogs.
Decidí entonces emprender el mío. Primero le puse mi propio nombre, pero era muy largo. Luego el de guiveza, pero tampoco me gustó. Opté por utilizar el nombre de una novela en proceso que ya tenía: “La fascinante vida sexual de los caracoles”, que es como se llamó hasta hace poco.
Como sucede desde que me inicié en Internet, empecé copiando, retomando y adaptando lo que me parecía más adecuado para armar mi propio blog: que la lista de links, que el contador, etc. Debo aclarar que hasta la fecha me he resistido a colocar un tablero de mensajes, pues me parece ya un exceso.
Obtuve pocas respuestas y poca interacción hasta que una chava se enojó porque escribí que, a juzgar por lo que se podía leer en sus blogs, la vida de la gente era bien pinche aburrida. No lo hubiera hecho. Me insultó y recriminó que mi vida no era precisamente de película. Dijo que nunca me volvería a leer.
Decidí entonces separar mi vida personal de lo que yo llamo “la vidita literaria” y abrí otro blog, más promocional, queriendo emular un poco lo que hace Chimal con su Mundo Raro. Publiqué textos que salían en revistas y suplementos. Así apareció un artículo mío donde detallo mi propia “teoría del cuento”. Recibí entonces un mail de una persona que me corregía un dato sobre Edgar Allan Poe. Como el tono era bastante decente, no sin cierto dejo irónico, lo agradecí y hasta lo publiqué. Entonces me encontré con que ese mismo tipo tenía un blog y que en él se pitorreaba del mío, de mi error y me llamaba “logorréico”.
No quise contestar nada directamente, pero tampoco me iba a quedar cruzado de brazos. Hice un post bastante desafortunado, nomás de puro ardor, pero no pasó nada. Seguí leyendo el blog del tipo ése, que resultó ser un regio radicado en Tijuana que trabaja en un periódico como reportero. El cuate escribe bastante bien, pero tiene un gran defecto: no es perfecto, pero opina como si lo fuera. Se cree hecho a mano por los mismísimos dioses. Nada escapa de su tecla justiciera, todo lo critica, para todo tiene opinión y su palabra es la ley. Ha tenido varias escaramuzas bastante desagradables con otros blogueros. Yo lo leo de vez en cuando nomás para hacer corajes, como buen masoquista que soy, pero debo reconocer que luego tiene buenas puntadas.
Así fue como me enteré de la existencia de varios blogs, perpetrados fundamentalmente por tipos que viven en Tijuana, que los utilizan para denostar y atacar a los que ellos llaman “culturosos”, es decir, todas aquellas personas, fundamentalmente escritores o aspirantes a escritores (pero no sólo ellos), que se dedican a la actividad cultural y que frecuentan los eventos de este tipo que se realizan en esa ciudad. Pero sus baterías no sólo las dirigen a los “culturosos” sino también a las mujeres y a todo aquel que tiene la osadía de existir y caerles mal. Se trata fundamentalmente de jóvenes ya no tan chavos (de 25 para arriba) que parecen no haber superado adecuadamente la adolescencia y que adoptan (por lo menos en la realidad virtual de sus blogs) una personalidad arrogante, despectiva y, sobre todo, sumamente violenta, por lo menos verbalmente, aunque ya han retado a golpes a varios que han osado responderles. Todo se resuelve con no leerlos, pero no deja de ser preocupante el fenómeno, que tengo deseos de analizar más a fondo en otra ocasión.
Con sus intermitencias, seguí con ambos blogs hasta que hace un par de semanas recibí un mensaje de otro tipo que me decía que, a juzgar por mi blog de La vidita literaria, yo no sabía escribir, que cómo me atrevía a llamarme maestro universitario, que si así escribía cómo estarían mis clases, que nunca volvería a leer algo que tuviera mi nombre, que al utilizar groserías lo único que demostraba era mi falta de imaginación, que mientras él se exigía mucho a la hora de escribir, yo no sabía ni siquiera dónde poner las comas. Lo cierto fue que, por lo menos en las cinco frases de su mensaje, no se notaba ese esfuerzo, pues era evidente que él tampoco sabía dónde poner las comas.
Bueno, la verdad es que el mensaje me sorprendió y me hizo encabronar mucho. Después me entristeció y me deprimió. ¿Qué podía yo haber hecho como para que una persona, que ni siquiera me conoce, me mandara un mensaje a mi correo personal para insultarme de esa manera tan hiriente? Demasiadas molestias, ¿no? Es como si vas por la calle y ves a una persona objetivamente fea y sin más te le acercas y le dices: “Oiga, está usted muy feo”. Ante la agresión artera, gratuita e injustificada, a lo único que te expones es a que te partan el hocico. Si no te gusta algo, simplemente te pasas de largo y asunto arreglado. Sin embargo, me puse algo paranoico y me di a la tarea de rastrearlo para saber quién era ese tipo. Nada. No existe, ni un solo vestigio de su existencia en la Internet. Era un tipo cualquiera que pasó por mi blog, le caí mal y decidió que tenía el deber cívico y patriótico de darme un descontón.
Yo soy de la idea de que nunca hay que rebajarse al nivel de ese tipo de personas que van por la vida regando sus frustraciones e insultando a los demás. Siempre he pensado que esas personas cargan demasiada mierda en sus vidas (a lo mejor no los quisieron lo suficiente sus padres en la infancia, han fracasado en las cosas que han emprendido, tienen un trabajo que aborrecen, toda la vida los han rechazado las mujeres, tienen una vida sexual totalmente insatisfactoria; no sé, tantas cosas que pueden amargar la vida de un ser humano), y como no soportan tanto peso, pues se dedican a repartirla a quien se deje. A mí me tocó, ni modo.
La cosa fue que me hizo reflexionar sobre muchas cosas. De ahí el exabrupto de cerrar el blog por un tiempo, pero luego platiqué con algunos amigos al respecto, les conté el desaguisado, y una amiga, a quien quiero mucho y que me conoce muy bien, me dijo: “¿Y por qué te afecta tanto que un pendejo que ni te conoce te diga que no sabes escribir? Preocúpate cuando te lo diga alguien a quien respetes y que valga la pena”.
También me ha entusiasmado la forma en que mi amigo El Oso Escamilla ha tomado esto de los blogs. Me recordó mucho cómo era yo cuando tenía su edad: esa ansiedad, casi enfermiza, de querer contarlo todo, de escribirlo todo, de registrar todo. Ansiedad que la vida y la realidad se han encargado de apaciguar en aras de otras prioridades a la hora de escribir: la precisión, la perfección, la belleza.
A mí ya no me hace tanta ilusión como antes ver mi nombre en letras de molde. Logré publicar casi cada semana en uno de los mejores periódicos de la época cuando tenía 20 años y estaba en el primer año de la universidad. Durante tres años publiqué cada semana todo tipo de artículos, reportajes y crónicas en una revista fundada por uno de los mejores escritores mexicanos. Ahora colaboro en revistas, periódicos y suplementos.
Hoy mi preocupación es la aparición de mi primer libro de cuentos, qué va a pasar con él, como lo van a recibir los críticos, cómo se va a promover y a vender. Pero sobre todo me preocupa escribir el siguiente, avanzar en las novelas que tengo empezadas, cumplir con mis compromisos editoriales, impartir mis cursos y talleres, leer todo lo que tengo pendiente, atender a mis amigos como se merecen, emborracharme con ellos, lograr que esa rejega mujer se enamore de mí, ganar dinero suficiente para vivir sin broncas y tener mucho, mucho tiempo para escribir.
Bueno, todo esto es para decir que estoy de regreso. Gracias a todos los que preguntaron, se preocuparon y me alentaron a volver.
Ah, y también regresé para decirle al señor Gabriel Coronado, con todo el respeto que se merece: vaya usted y chingue a su madre.
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