Lo que no quieren las mujeres
Esto salió en Milenio Semanal del 15 de septiembre. Ahora sí, hermanos caracoleros, ya es oficial: el fin del mundo es inminente. Que Dios nos coja confesados...
Manifiesto: lo que no queremos las mujeres
por Lourdes Gállego Martín del Campo
Todas las mujeres que suscriben o suscribirían este manifiesto comparten las mismas características: tienen más de treinta años, son profesionistas, independientes, cultas, deseosas de una relación en la que predominen la igualdad y el compromiso en el más amplio de los sentidos; rechazan, por eso, convertirse en paños de lágrimas, en amantes furtivas.
1. No queremos a esos muchachos que aunque ya pasan de los treinta insisten en raparse como si fueran en prepa y se sienten discípulos de Foucault (a lo mejor por eso andan pelones) y te tiran rollos mareadores sobre la locura y el poder y te invitan a su casa y te ponen su última adquisición de música minimalista y te hablan de Radio Head como si fueran sus compadres y de las películas de Tarkovski como si fueran la neta de su vida y se creen que acaban de salir de un laberinto de Borges, pero a la hora de lavar los platos son incapaces de mover un dedo, y te dejan los ceniceros llenos de colillas de Galois, porque siempre les ha gustado el tabaco fuerte pero nunca ayudar a los demás a limpiar su casa. Y te hacen discursos tan complicados que parecen novelas de Lezama Lima, y publican artículos en la revista Rizoma, todavía más complicados que los rollos que te llegan a tirar, y a las dos de la mañana están jugando ajedrez con un sus amigos y hablando de cosas tan abstractas que acaba por darte dolor de cabeza. A esos pelones los dejamos, les huimos como la peste, que se queden con su Paradiso y en su parnaso de musas experimentales.
2. Tampoco queremos a los que se sienten personajes de Crimen y castigo, esos que los atenaza una horrendísima angustia que sólo se les baja con Prozac o tequilas y se tiran al drama cuando les recuerdan a sus amores pasados (“¡Ay de mí... cómo la amaba”) y se ponen a oír La muerte de amor de Tristán e Isolda y llevan encima todos los pesares del amor contrariado, y cuando les hablas por teléfono no te contestan (aunque tú sepas que están en su casa) porque seguro están en un sillón, elaborando su duelo (váyase usted a saber si es por su ex, por sí mismos o por que el amor es la prórroga perpetua). Y cuando ya estás harta y los quieres dejar, se te aparecen una noche con cara de dálmata sin dueño con una botella de vino, un ramo de gardenias y un CD de música tristísima y te juran que te aman, que tu corazón late por ti, pero luego se desaparecen de nuevo largas temporadas y tú no sabes si es que están tatuando el humo, en su moqueadera o hundidos en su sillón oyendo a Wagner... mejor que se queden allí.
3. No queremos tampoco a los que ponen a Bach como música de fondo en su contestadora y van a comer con puros investigadores del Colmex y hablan inglés con acento de Oxford y alemán con acento del Goethe Institute y tienen a todo Octavio Paz encuadernado en piel y escriben ensayos elaboradísimos y sesudísmos sobre las metáforas de un escritor polaco que nadie conoce, pero que tiene una poesía de “impecable factura” (chale ya estamos hablando como ellos). Y te hablan a las nueve, ni un minuto antes ni un minuto después para decirte que están haciendo su ensayo número 18 sobre El Quijote y tú no sabes qué decirles porque la única vez que lo agarraste (al Quijote, no al hombre) fue cuando ibas en prepa y llegaste al capítulo 15 nada más. Y te escriben desde su computadora que costó 30 mil pesos mientras se toman un Chivas on the rocks y oyen las Suites para cello, en una “espléndida” versión (chale ya volvimos a hablar como ellos), con un cellista polaco todavía más exquisito que el de las metáforas. Y si vas a la casa de uno de ellos, te da pena sentarte porque no le quieres arrugar sus sillones, y si deseas entrar a su estudio te sientes como en un santuario a la belleza, en donde todos los libros están ordenados según la clasificación del congreso y los diskettes por orden alfabético. Y no pueden hablar como personas normales, porque cada tres palabras abren cita y te dicen, como decía Borges sobre la literatura y bla, bla, bla. Y entonces te sientes que no estás hablando con un ser humano sino con un diccionario de autoridades... Y cuando va a tu depa observa todo, el tornillo que le falta a la puerta, el vidrio de la cocina parchado con cinta canela, tu desmadre de papeles y periódicos y tu ignorancia. A los que son así los dejamos remojándose en Pinol un rato para que los bichos de este mundo imperfecto no les vaya a manchar su camisa de lino comprada, por cierto, en su último viaje a un congreso de filólogos en Barcelona.
4. No nos gustan, desde luego, los que andan de barflies, que creen que al amor se le entra de freelance y que así mismo se sale, sin pasar ni siquiera recibo de honorarios. Por eso cualquier bar del sur les sirve de plataforma de lanzamiento para el pequeño Bogart que llevan dentro, y cada vez que te miran te ven como si se fueran a engullir a un pollo rostizado de un solo bocado y te cuentan a media voz que van a publicar una plaquette de poesía erótica en una editorial marginal. “Porque tú sabes, las editoriales comerciales no publican nada de erotismo... no es para toda la gente”. Y te recitan de memoria el capítulo siete de Rayuela y te prenden el cigarro rozándote los dedos, en un gesto que adivinas más que deliberado, y por supuesto que no lo vas a invitar a tu casa porque no te interesa oír sobre su elaborada teoría del encuentro amoroso, ni tampoco te interesa que te la compruebe in situ. Y toda una semana te mandan mails hablándote del “suave temblor de los vientres que se rozan” y de “las humedades y oquedades”, pero cuando les propones que te acompañen a llevar a tus sobrinitos al cine, se hacen los occisos y huyen a algún bar del sur en donde buscarán a quién tirarse sin ningún miramiento entre los delicados aletazos de la pasión efímera.
5. No queremos tampoco al que llega siempre hecho un energúmeno porque lo agarró el tráfico en el Periférico y no entiende cómo hay un montón de imbéciles que no saben manejar y cuando van a cenar casi le quieren morder la yugular al pobre mesero porque los ejotes de la guarnición están fríos. Ay de ti si osas llamarle un día a su cubículo para preguntarle si se pueden ver ese día, porque seguro te lanza una diatriba sobre su espacio, su privacidad y tus atrevimientos... porque ese día, ese preciso día tiene que entregar los avances de una investigación importantísima y tú le acabas de espantar las musas a cachetadas. ¡Ay de ti si un día se te hace tarde en una cita, porque te lo va a reprochar todo el camino al cine y se va a poner fúrico porque hiciste ruido al masticar las palomitas, y porque te paraste al baño en el intermedio y porque la película estaba malísima. Uno así debería de meterse a Cuarto Camino o clases de meditación a ver si allí le enseñan a aguantarse solo.
6. Los workaholics y los volubles también están desechados, los que se la pasan en los bares con sus amigos, los que se casaron con su agenda.
Es cierto que pasados los treinta y tantos uno ya no se puede dar el lujo de andar escogiendo, ya no hay muchos ejemplares, aunque no se deshecha la posibilidad de reciclar.
No buscamos un príncipe azul, sino a alguien que tenga una dosis razonable de neurosis, digamos una que se pueda manejar. Alguien que no pase solamente recibos de honorarios sino que quiera el tiempo completo, con derecho a Seguro Social y Afore; con virtudes y defectos, con cicatrices, con miedos pero también con ganas y con faros encendidos, que no sea de teflón. Alguien que sepa que la vida es un texto que siempre tiene erratas, pero siempre es mejor leerlo acompañado.
Manifiesto: lo que no queremos las mujeres
por Lourdes Gállego Martín del Campo
Todas las mujeres que suscriben o suscribirían este manifiesto comparten las mismas características: tienen más de treinta años, son profesionistas, independientes, cultas, deseosas de una relación en la que predominen la igualdad y el compromiso en el más amplio de los sentidos; rechazan, por eso, convertirse en paños de lágrimas, en amantes furtivas.
1. No queremos a esos muchachos que aunque ya pasan de los treinta insisten en raparse como si fueran en prepa y se sienten discípulos de Foucault (a lo mejor por eso andan pelones) y te tiran rollos mareadores sobre la locura y el poder y te invitan a su casa y te ponen su última adquisición de música minimalista y te hablan de Radio Head como si fueran sus compadres y de las películas de Tarkovski como si fueran la neta de su vida y se creen que acaban de salir de un laberinto de Borges, pero a la hora de lavar los platos son incapaces de mover un dedo, y te dejan los ceniceros llenos de colillas de Galois, porque siempre les ha gustado el tabaco fuerte pero nunca ayudar a los demás a limpiar su casa. Y te hacen discursos tan complicados que parecen novelas de Lezama Lima, y publican artículos en la revista Rizoma, todavía más complicados que los rollos que te llegan a tirar, y a las dos de la mañana están jugando ajedrez con un sus amigos y hablando de cosas tan abstractas que acaba por darte dolor de cabeza. A esos pelones los dejamos, les huimos como la peste, que se queden con su Paradiso y en su parnaso de musas experimentales.
2. Tampoco queremos a los que se sienten personajes de Crimen y castigo, esos que los atenaza una horrendísima angustia que sólo se les baja con Prozac o tequilas y se tiran al drama cuando les recuerdan a sus amores pasados (“¡Ay de mí... cómo la amaba”) y se ponen a oír La muerte de amor de Tristán e Isolda y llevan encima todos los pesares del amor contrariado, y cuando les hablas por teléfono no te contestan (aunque tú sepas que están en su casa) porque seguro están en un sillón, elaborando su duelo (váyase usted a saber si es por su ex, por sí mismos o por que el amor es la prórroga perpetua). Y cuando ya estás harta y los quieres dejar, se te aparecen una noche con cara de dálmata sin dueño con una botella de vino, un ramo de gardenias y un CD de música tristísima y te juran que te aman, que tu corazón late por ti, pero luego se desaparecen de nuevo largas temporadas y tú no sabes si es que están tatuando el humo, en su moqueadera o hundidos en su sillón oyendo a Wagner... mejor que se queden allí.
3. No queremos tampoco a los que ponen a Bach como música de fondo en su contestadora y van a comer con puros investigadores del Colmex y hablan inglés con acento de Oxford y alemán con acento del Goethe Institute y tienen a todo Octavio Paz encuadernado en piel y escriben ensayos elaboradísimos y sesudísmos sobre las metáforas de un escritor polaco que nadie conoce, pero que tiene una poesía de “impecable factura” (chale ya estamos hablando como ellos). Y te hablan a las nueve, ni un minuto antes ni un minuto después para decirte que están haciendo su ensayo número 18 sobre El Quijote y tú no sabes qué decirles porque la única vez que lo agarraste (al Quijote, no al hombre) fue cuando ibas en prepa y llegaste al capítulo 15 nada más. Y te escriben desde su computadora que costó 30 mil pesos mientras se toman un Chivas on the rocks y oyen las Suites para cello, en una “espléndida” versión (chale ya volvimos a hablar como ellos), con un cellista polaco todavía más exquisito que el de las metáforas. Y si vas a la casa de uno de ellos, te da pena sentarte porque no le quieres arrugar sus sillones, y si deseas entrar a su estudio te sientes como en un santuario a la belleza, en donde todos los libros están ordenados según la clasificación del congreso y los diskettes por orden alfabético. Y no pueden hablar como personas normales, porque cada tres palabras abren cita y te dicen, como decía Borges sobre la literatura y bla, bla, bla. Y entonces te sientes que no estás hablando con un ser humano sino con un diccionario de autoridades... Y cuando va a tu depa observa todo, el tornillo que le falta a la puerta, el vidrio de la cocina parchado con cinta canela, tu desmadre de papeles y periódicos y tu ignorancia. A los que son así los dejamos remojándose en Pinol un rato para que los bichos de este mundo imperfecto no les vaya a manchar su camisa de lino comprada, por cierto, en su último viaje a un congreso de filólogos en Barcelona.
4. No nos gustan, desde luego, los que andan de barflies, que creen que al amor se le entra de freelance y que así mismo se sale, sin pasar ni siquiera recibo de honorarios. Por eso cualquier bar del sur les sirve de plataforma de lanzamiento para el pequeño Bogart que llevan dentro, y cada vez que te miran te ven como si se fueran a engullir a un pollo rostizado de un solo bocado y te cuentan a media voz que van a publicar una plaquette de poesía erótica en una editorial marginal. “Porque tú sabes, las editoriales comerciales no publican nada de erotismo... no es para toda la gente”. Y te recitan de memoria el capítulo siete de Rayuela y te prenden el cigarro rozándote los dedos, en un gesto que adivinas más que deliberado, y por supuesto que no lo vas a invitar a tu casa porque no te interesa oír sobre su elaborada teoría del encuentro amoroso, ni tampoco te interesa que te la compruebe in situ. Y toda una semana te mandan mails hablándote del “suave temblor de los vientres que se rozan” y de “las humedades y oquedades”, pero cuando les propones que te acompañen a llevar a tus sobrinitos al cine, se hacen los occisos y huyen a algún bar del sur en donde buscarán a quién tirarse sin ningún miramiento entre los delicados aletazos de la pasión efímera.
5. No queremos tampoco al que llega siempre hecho un energúmeno porque lo agarró el tráfico en el Periférico y no entiende cómo hay un montón de imbéciles que no saben manejar y cuando van a cenar casi le quieren morder la yugular al pobre mesero porque los ejotes de la guarnición están fríos. Ay de ti si osas llamarle un día a su cubículo para preguntarle si se pueden ver ese día, porque seguro te lanza una diatriba sobre su espacio, su privacidad y tus atrevimientos... porque ese día, ese preciso día tiene que entregar los avances de una investigación importantísima y tú le acabas de espantar las musas a cachetadas. ¡Ay de ti si un día se te hace tarde en una cita, porque te lo va a reprochar todo el camino al cine y se va a poner fúrico porque hiciste ruido al masticar las palomitas, y porque te paraste al baño en el intermedio y porque la película estaba malísima. Uno así debería de meterse a Cuarto Camino o clases de meditación a ver si allí le enseñan a aguantarse solo.
6. Los workaholics y los volubles también están desechados, los que se la pasan en los bares con sus amigos, los que se casaron con su agenda.
Es cierto que pasados los treinta y tantos uno ya no se puede dar el lujo de andar escogiendo, ya no hay muchos ejemplares, aunque no se deshecha la posibilidad de reciclar.
No buscamos un príncipe azul, sino a alguien que tenga una dosis razonable de neurosis, digamos una que se pueda manejar. Alguien que no pase solamente recibos de honorarios sino que quiera el tiempo completo, con derecho a Seguro Social y Afore; con virtudes y defectos, con cicatrices, con miedos pero también con ganas y con faros encendidos, que no sea de teflón. Alguien que sepa que la vida es un texto que siempre tiene erratas, pero siempre es mejor leerlo acompañado.
1 Comments:
Ay no!! wow, esto está increíble, me hizo reír muchísimo y que el jardinero me viera con cara de signo de interrogación. Gracias por compartir este momento. Estos son los que sumados conforman la vida. Toda la razón el fin del mundo se acerca. Besazo.
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